28/11/2024 21:46hs.
«Teníamos ilusión de llegar a la final y no pudimos. Ahora tenemos que pedirle a la gente que nos acompañe. Sabemos que en el año tuvimos cosas buenas y otras no tanto. No vivo de la manera que quieren instalarle a la gente. Hemos sido semifinalistas de la Copa Argentina, que no es fácil….”.
A Juan Román Riquelme históricamente se le reconoció su sentido de la oportunidad para salir a hablar, porque además de elegir bien el momento, siempre tenía algo que decir, algo que, efectivamente, mejoraba el silencio. De un tiempo a esta parte, sin embargo, el presidente de Boca panfletea sus intervenciones, más vinculadas a sus necesidades de gestión, cuando antes su voz interpretaba el sentir del hincha, un papel que nadie le pidió que interpretara, pero que ejercía con una legitimidad innegable. Sus palabras luego de la eliminación de Boca frente a Vélez machean con el ridículo, y en el fondo no engañan a nadie. Su discurso conformista (¿en serio que para Boca llegar a la semifinal de la Copa Argentina “no es fácil”?), que puso la vara de la exigencia en el subsuelo y como contrapartida, una autocrítica inexistente, cuando en el armado del plantel, en los refuerzos low cost del último mercado y en la sangría de figuras que viene sufriendo el plantel lleva su marca y su ADN como máximo responsable del fútbol desde hace cinco años.
Y ya tampoco funciona el enemigo invisible de “la grieta”, porque hoy, del otro lado, no hay nadie. Riquelme ganó las elecciones con tanta autoridad y con tanta diferencia que en el panorama político de Boca sólo queda él: nadie le mina el camino, nadie le condiciona la toma de decisiones, nadie le objeta nada, salvo alguna que otra voz del macrismo residual, cuya estrategia política es dejar que Román termine de chocar la calesita para lo que, aparentemente, no necesita de mucha ayuda. Lo que él y su séquito entienden como campañas en su contra es alguna que otra expresión del periodismo crítico, minoritario, excepcional, nada que vuelque la balanza del humor social. En tal caso, nadie como Riquelme sacó ventaja de esa famosa grieta, que transformó a Boca en un apéndice de sí mismo.
Y mientras el equipo compite cada vez menos y perfora más el piso, Riquelme está en un cumpleaños, en una fiesta a la que sólo está invitado él…
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Fuente: Olé