03/11/2024 00:58hs.
Hace unos días fueron los de San Lorenzo, que hasta en número intimidatorio fueron a apretar a los jugadores; este sábado les tocó a los de Independiente: dos docenas de barras los amenazaron, con el plus de mostrar sospechosos bultos y anticipar que la próxima vez no van a hablar sino a actuar. En ambos casos, entraron como Pancho por su casa a los lugares de entrenamiento de sus clubes. Puertas abiertas, zonas liberadas.
Fue un día después de la supuesta reaparición de un barrabrava arquetípico, Rafa Di Zeo, a quien se atribuyó un audio con advertencias a la ministra Bullrich, luego de una sanción a dos violentos de Boca que se dispararon desde una tribuna a la otra para ir a pelear con los de Gimnasia.
Pero estas tragedias seguirán siendo representadas, periódicamente, en muchos casos por los mismos personajes, y a veces por otros nuevos, porque las barras son como ese mítico monstruo, la hidra, a la que le salen dos cabezas más apenas le cortan una. Además de que a la corta o a la larga logran impunidad, están en un sistema que los cobija y una cultura que los naturaliza.
Si de “cambios culturales” se está hablando tanto, ¿qué les parece incorporar este? Dejar de considerar natural que una patota de 25 o 50 delincuentes (varios, con prontuarios que harían poner colorado a Robledo Puch), a menudo armados, vayan al lugar de trabajo de los futbolistas a matonearlos.
Dejar de permitir que la parte más innoble del hincha que llevamos dentro sienta empatía con esos bandidos porque encarnan su propia indignación contra los que juegan mal o “no ponen actitud”. No identificarse, ni aplaudir, ni hacerles el juego a los que lucran con la pasión (¿o vos hacés negocios con el aliento a tu equipo?).
Empecemos por ahí, por asumir que son la peor bazofia de un club y no una realidad a la que hay que adecuarse.
Mirá también
Cambió de sede para Argentina vs. Perú por Eliminatorias: en la Bombonera
Mirá también
Messi: una derrota que lo privó de un descanso clave para la Selección
Fuente: Olé