30/10/2024 15:13hs.

Si el técnico no hubiese sido Marcelo Gallardo y el equipo no hubiese sido River, la mayoría habría sentenciado antes de la serie que no había ninguna chance de milagro. Si la gente creía, si hubo banderazo con entusiasmo, si Atlético Mineiro era muy respetuoso, fue justamente por la figura del entrenador y por su historia en el club en la Copa Libertadores. Pero en esta serie, después de remarla, después de asumir en un pase mágico de Demichelis a él, Napoleón no apareció ni estuvo cerca de hacerlo.

Una de las zanahorias que lo hizo volver en medio de competencias era esta Copa. Por eso regresó Gallardo y le trajeron lo que quería, a dos mundialistas, Meza, Bustos, nombres de peso y costosos. Le alcanzó con acomodar piezas en octavos con Talleres, después con un perfil copero contra Colo Colo: oficio, corazón. Y entonces se soñaba con el combo: histórica final en el Monumental.

Pero el Muñeco de tantas épicas no estuvo ni cerca de ser Napoleón. En la ida River jugó muy mal, con errores de otros tiempos y con cambios que no sirvieron. En la vuelta, Milito (enorme en el Mineiro, siempre supo complicar a Gallardo)) le ganó la batalla táctica cerrándole espacios en todo momento, más allá del empuje, de los mil centros y tiros. Y cuando en Brasil no habían ingresado, Echeverri y Mastantuono, revulsivos, pudieron haber tenido más minutos luego de un primer tiempo flojo en el Monumental.

Fueron 190 minutos sin goles y sin haber encontrado variantes. Borja, Colidio, Bareiro, Solari, los pibes. Y el Muñeco, que es un distinto, siempre realista a la hora de explicar y diagnosticar, no pudo meter ningún pleno de años anteriores. La ilusión era más que nada por él que por el juego, pero no pudo ser el mejor Gallardo.

Fuente: Olé

Por admin

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