29/10/2024 21:44hs. Actualizado al 29/10/2024 21:59hs.
Es una erupción de fe. Una especie de Krakatoa futbolero al que sería un desperdicio capturar en video. Hay que verlo y olerlo. Hay que escucharlo. Hay que sentirlo. “El partido comenzará en siete minutos”, acaba de decir la voz del estadio. Desencadenando el recibimiento más impactante del que se tenga memoria en Núñez, en esa cancha. Posiblemente en cualquier cancha.
Un Monumental que no se ve pero que existe. Está allí, sosteniendo a 82 mil feligreses en su misa carismática. Una ceremonia de fe de la que únicamente los poco menos de cuatro mil brasileños de la cabecera quedan exentos. El resto es la liturgia de la esperanza en penumbras, alumbradas por bengalas de humo, de las náuticas, por fuegos de artificio con artística qatarí. La envidia de esos shows de la Ópera de Sidney.
Las luces LED se apagaron. O las nubló la humareda que hace más espectacular el ambiente. Entre sombras se ve de todo. El pogo con la gallina inflable de la Belgrano baja inferior. Un hincha que lo acompaña con la camiseta verde flúo de Enzo Pérez, ¿o es un empleado de seguridad? Todo es posible. Y esa afirmación es la que le da combustible a la bienvenida.
Una que le compite a la de la final de la Libertadores 96. Y quizás le gana: la tarea es de los memoriosos que pueden hacer el contraste. No amerita debate lo que se vive. Lo que disfruta hasta un neutral. Es lo que el fútbol es capaz de despertar en los hinchas de un equipo que perdió tres a cero, pero que se siente capaz de todo porque en el banco está su estatua.
Marcelo Daniel Gallardo. El hombre más ovacionado, querido, venerado y rezado en esta intersección de latitud y longitud. Son ellos los que demostraron que tienen fe. Que creen. Y que son capaces de hacer todo lo posible para ganar lo que quieren. Y quieren la Libertadores. Se lo dijeron a los futbolistas a partir de las 20.47, cuando salieron a entrar en calor al campo de juego y desde las gradas se comenzaron a dar indicios de lo que podía venirse.
Nadie imaginó lo que ocurriría después. Una hoguera de pasión ardiendo a un par de cuadras del Río de la Plata. Atestiguada desde el aire por algún piloto afortunado. No todos los días se sobrevuela la pasión.
No siempre se ve desde el cielo que la tierra está de fiesta por lo que puede venir, sin importar qué.
Porque se festeja la fe. La esperanza.
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Fuente: Olé