28/03/2024 14:05hs.
Cuando Lautaro Martínez metió el 3-1 frente a Costa Rica la Selección celebró al mismo tiempo el final de una racha impensada para el Toro. Habían sido demasiado los 777’ sin gritos del #22. Como lo son los 471 días sin festejos de Julián Álvarez. Ahora bien: Argentina no ha dejado de ganar porque convierte a pesar de las sequías transitorias de sus arietes. Y esto se debe a un rasgo distintivo: su facilidad para socializar los goles.
Que la falta de gol de Lautaro o Julián no se haya notado más allá de la curiosidad estadística se explica en su versatilidad en la red: desde que la Selección se consagró campeona del mundo en Qatar ya fueron 14 los jugadores argentinos que convirtieron. Algo que la destaca a nivel internacional: del top 5 de la FIFA, en el mismo rango de muestra únicamente la supera Francia con 15 futbolistas –y un 14-0 a Gibraltar como anabólico.
La atomización del poder de fuego es un éxito del modelo de Lionel Scaloni: entre los cinco mejores del planeta es el que mejor viene repartiendo sus goles post Qatar. El 48,15% de los 27 goles argentinos los marcaron los delanteros, mientras que reparte en partes iguales el porcentaje restante (25,93) entre defensores y volantes.
Ahora bien: si consideramos que entre los 13 goles de los puntas están los 8 de Lionel Messi, la distribución es aún más equitativa. Si se obviaran los festejos del capitán, la división resultaría más homogénea (26,3% los delanteros, 36,9% para los defensores y volantes). Un valor agregado invaluable cuando los partidos se vuelven cerrados y se requiere ingenio goleador más allá de las fronteras del área chica.
En el recuento de gritos posteriores al 18 de diciembre de 2022 detrás de Leo aparece un interior/centrocampista con tres festejos (Enzo Fernández), mientras que con dos conquistas hay dos defensores (Cuti Romero y Nicolás Otamendi) y un delantero (Ángel di María).
La dependencia de las figuras
La facilidad para repartir sus goles entre líneas que tiene Argentina no es ostentada por los otros integrantes del big five de FIFA. Existe una evidente dependencia de los delanteros en Inglaterra (72% de los gritos), Bélgica (64%) y Francia (62,8%) que se encarna especialmente en Romelu Lukaku y Harry Kane: el ariete belga metió el 53,6% de los goles de su selección post Qatar, mientras que el británico hizo el 36%.
En contraste, Messi hizo apenas el 29,6% de los goles argentinos, lo que podría leerse como un empate técnico con Kylian Mbappé a nivel de influencia (28,6% de los de Francia). No por algo son las dos mejores selecciones del planeta: es una virtud compartida el poder quitar de la ecuación a sus figuras sin resentir sensiblemente su efectividad en la red.
Por caso, Argentina le ganó sin Leo a Bolivia en La Paz, a El Salvador en Philadelphia y a Costa Rica en Los Ángeles. Es tan cierto que no fueron rivales de primera línea internacional como que el haber podido imponerse sin Messi tiene su valor al momento de proyectar más allá de 2026. Empezar por dividir los goles es un buen paso.
La variedad hace la diferencia
En la distribución, Argentina se destaca por encima del resto en la competitividad en el área rival que tienen sus defensores: no sólo convirtieron Cuti y Otamendi sino también Nicolás Tagliafico (Bolivia), Gonzalo Montiel (Curazao) y Germán Pezzella (Australia).
Con siete goles de defensores la Selección rankea primera post Qatar entre los cinco mejores del mundo: Francia está cerca (seis), Brasil un escalón por debajo (cuatro) y más atrás Bélgica e Inglaterra (dos). A través de la pelota parada logró romper partidos bravos como frente a Paraguay por Eliminatorias o el mismísimo clásico ante Brasil, en el Maracaná.
Pero contar también con mediocampistas con llegada es una señal positiva de Argentina: está apenas por debajo de Bélgica en el análisis porcentual (28,57% versus 25,93%). Del mediocampo titular en este proceso post mundialista el único que no marcó fue Rodrigo de Paul, pero eso no significa que no haya aportado en ataque: convidó dos asistencias (Costa Rica y Paraguay).
La presión alta para recuperar a gran velocidad en campo ajeno -exhibida especialmente en los dos últimos amistosos- favorece que los dos últimos bloques olfateen permanentemente el gol. No se juega para un 9, sino para un equipo. Y eso lo demuestran los números. Los que explican por qué Argentina convierte fácil y no depende de sus goleadores. Aunque desee que no vuelvan las sequías.
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Fuente: Olé