“No hay nada más valioso que la libertad y la independencia»Ho Chi Minh
Hace cincuenta años, el presidente norteamericano Richard Nixon ordenaba la retirada total de Vietnam de todas las tropas estadounidenses que durante ocho años habían convertido ese país de la ex Indochina francesa en un infernal páramo de destrucción y muerte.
Los acuerdos de París, firmados en enero de 1973, además de disponer esa retirada, dejaban la vía libre para que Vietnam del Norte, el Viet Cong, arrasara con el gobierno títere de Saigón, instaurara en todo el país la República Socialista de Vietnam e impulsara episodios semejantes en Laos y Birmania.
La invasión norteamericana dejó millones de muertos vietnamitas, el país arrasado por el napalm y los bombardeos-alfombras de los enormes B-52, y una población saqueada y torturada por los infantes de marina. Pero también, esa criminal aventura que involucró a más de medio millón de soldados norteamericanos, le dejó a Washington un saldo de más de 50.000 muertos y más de 300.000 inválidos, heridos o desahuciados.
Vietnam restañó sus heridas, restauró el país, honró a sus muertos y a sus héroes y reconstruyó una de las principales potencias económicas del sudeste asiático.
Los Estados Unidos continuaron con su política de intervención a mansalva, iniciada contra México y los pueblos originarios norteamericanos a mediados del siglo XIX, continuada sin interrupciones contra los países centroamericanos, fortalecida en Corea luego de la segunda guerra mundial, y luego de Vietnam: Irak, Afganistán, Libia, las 800 bases en todo el mundo, su armamento nuclear en Alemania, Francia, España, Italia, Grecia, Turquía, las flotas de guerra controlando los “intereses nacionales” en el Golfo Pérsico, en América del Sur, en el Mediterráneo, en el Báltico, en el mar de China…
Hasta el día de hoy, Washington no ha pedido perdón a ninguno de esos países. Por el contrario, fortaleció su teoría del “exclusivismo” mesiánico que le autoriza a convertirse en el “ejecutor” en todo el mundo del único modelo de democracia permitido, convocando como ahora a “cumbres de democracia” para bajar a sus súbditos ese modelo “basado en normas” que sólo Washington conoce.
Daría la impresión de que sus dirigentes todavía no alcanzan a aprehender la nueva realidad mundial. Persisten tenazmente en desconocer la existencia y consolidación de un nuevo mundo multipolar que cada vez, día a día, resolución a resolución, cumbre regional a cumbre regional, se aparta de esas “normas” y se esfuerza en fortalecer y reestructurar la ONU, reafirmando su carácter fundacional de protectora de la paz mundial y el desarrollo independiente de las naciones.
Organizaciones como los BRICS o la OCSh, la ANSEAN o la Liga Árabe, la Unión Africana e incipientemente la CELAC, ajustan sus ritmos a sus propias necesidades y a esta orientación política mundial y con paciencia y gentileza estructuran sus propios sistemas financieros y sus propios mercados económicos.
Como es propio de los imperios, el centro unipolar pretende afirmar su poder hegemónico por todos los medios posibles. En primer lugar, la fuerza. Así como Roma desplegaba sus legiones para mantener sojuzgados a los pueblos “bárbaros”, este centro unipolar se arroga el derecho de “impartir democracia” por la fuerza y priorizar sus “intereses nacionales” en cualquier rincón del planeta.
En segundo lugar, la corrupción y el “mantenimiento” de sus personeros tanto en las instancias gubernamentales o interregionales, como en los medios de difusión monopólicos, en las organizaciones financieras internacionales (creadas en su momento por la ONU con el fin de respaldar los países emergentes) o incluso en las culturales y deportivas.
En tercer lugar, así como en su momento había que peregrinar a Roma o a Canossa para lograr el favor del soberano, ahora hay que viajar a Washington para recibir la bula redentora. Ciertos ministros de Economía o algo similar conocen mejor la Pennsylvania Avenue que la avenida Díaz Vélez de Ramos Mejía o Crovara en Tablada.
El padre del Vietnam moderno y soberano, Ho Chi Minh, decía también que la soberanía de la nación “descansa en el pueblo” y su pueblo sostuvo esa definición con su sangre. Su tremendo sacrificio y su determinación de luchar hasta el final valieron la pena.
El ejemplo vietnamita no se circunscribe sólo a su país. Como marcó la historia, fue el modelo que resonó prácticamente en toda la antigua Indochina. Pero además, Vietnam hoy es uno de los líderes del proceso de consolidación del mundo multipolar. Un entramado poderoso que cada vez con mayor firmeza impide la repetición de tan brutales agresiones como la sufrida por el mismo Vietnam o Afganistán.
Es hora que nuestra CELAC, surgida en un continente que ha sido uno de los primeros en sufrir esa agresividad: Cuba, Panamá, Guatemala, Honduras, Venezuela, Malvinas…, se constituya como miembro pleno de esta nueva red de países soberanos.
En su discurso de renuncia, pronunciado el 27 de junio de 1954, el presidente guatemalteco Jacobo Arbenz denunció además de la acción directa de la CIA y los bombardeos indiscriminados de aviadores “mercenarios” estadounidenses, la vengativa represión de la United Fruit Company, cuyo despiadado monopolio, limitado por el gobierno guatemalteco, fue el verdadero motor del cruento golpe de estado.
La excusa principal del golpe fue que Guatemala dejaba el camino de la democracia para convertirse en una… dictadura comunista. El mismo argumento que se esgrimió en la frustrada invasión de Bahía de Cochinos en Cuba en 1961, en el sangriento golpe de 1962 en Chile contra su presidente constitucional Salvador Allende o en nuestro maldito 24 de marzo de 1976. El mismo argumento que subyació en los “golpes parlamentario-judiciales” contra Zelaya en Honduras y contra Lugo en Paraguay, en el golpe en Bolivia contra Morales o, finalmente, en la persecución judicial contra Lula y Cristina.
Se ha tratado siempre, históricamente, de la cerrada defensa de los intereses del poder unipolar, en cualquier parte del mundo. La “heroica” defensa de la democracia según ese poder contra los insolentes rebeldes del vietcong, norcoreanos, afganos, iraquíes, nicaragüenses, chinos, venezolanos, libios, cubanos y demases. Ni siquiera podemos decir que esas agresiones fueron victoriosas. De todo lados, la huida incluso fue… vergonzosa. Dejando el tendal de atrocidades. Destruyendo cualquier vestigio de normalidad institucional.
En diciembre de 1972, Joan Báez llegó a Hanoi en misión de paz. La cantante escribió sobre su visita: “Durante los once días de bombardeo navideño pude gozar del efecto del 60% de nuestros impuestos, que se canalizan hacia un eufemismo conocido con el nombre de ‘Defense Departmen’ (Ministerio de Defensa). Pude obtener una nueva perspectiva sobre el significado de aquel nombre.”
Repica una y otra vez la pregunta de rigor: ¿seremos lo que San Martín nos legó o, como la alternativa que él mismo planteó, “seremos nada”? La experiencia internacional demuestra constantemente que quienes mantienen su dignidad internacional, como lo hizo el estoico pueblo vietnamita, son los que finalmente logran sus objetivos de independencia y soberanía. Aun a costa de agresiones, sanciones o bloqueos. Y ese sí que es el punto crítico…
Fuente: Telam