Por Gary Castro

Foto Alejandro Belvedere
Foto: Alejandro Belvedere.

Esto que ahora confieso me ubica, en ocasiones, en debates que nunca me llevaron a ningún sitio demasiado confortable. Admito si, que más de un par de ramilletes de canciones bellas de Luis Alberto están en el inconsciente colectivo de varias generaciones, y que la grácil melodía de cada una de ellas emociona y encanta.

En estos días cálidos de enero, el flaco cumpliría primaveras. Unas setenta y tres, que aquel ocho de febrero del 2012 truncó su paso por este plano. Solo en este plano digo, dado que el legado de su energía aún sacude y orbita, cada vez que algún joven (y no tanto), en diferentes plataformas presiona play, y se deja intervenir con sus armonías y sus prosas.

Ahora bien… dentro de un pre-progresismo setentoso y colorido de aquellas primeras décadas de seguidores de Almendra, Pescado y más, siempre existió el componente termo. Así no hayan entendido jamás el hilado de palabras de cada canción y, como ovejas no descarriadas salían de cada show, para luego habitar los bares emblemáticos de aquel tiempo.  Apoltronando sus traseros en ronda de cada mesa… la muchachada bebía, reía, discurría, y afirmaba con movimientos de sus cabezas, cuando alguien decía: “Que lo parió… cada día canta mejor, y que hermosas las nuevas canciones”.

Puede ser también que aquella franja etárea contemporánea a Él haya empatizado en segmentos de clase media con acceso universitario, unidos por cordones rojos aprendidos y metabolizados en claustros terciarios de carreras humanistas. Dicho esto, sabemos que el Rock de Barrio, más cercano al conurbano profundo, distaba de tanta puntilla y rulos dialécticos modo rebusque. Aquellos años, y también los que los sucedieron, los rockeros que bajaban desde los barrios olían más a cuero y alcohol que a patchouli adquirido en Plaza Francia, en busca de shows y discos de Pappo, Los Gatos, Manal o Vox Dei. Como si cierta zona perversa retroalimentada en cada estrofa de cada página cautivaba y dejaba a la masa presa y en cierto modo impedida de resistirse, intentando entender que quería decir su ídolo de cabecera.

Spinetta supo reinventarse, renovar y sacudir el polvo del paso del tiempo en cada disco nuevo.  Resiliente y ciertamente hermético y político en décadas más cercanas. Aceptando a regañadientes llevar su mochila de fanas inclaudicables que siempre le gritaban en cada show: “Flacooo!! Tocá Muchacha, tocaaa!!”.

Erguía la espalda y se resistía a cumplir aquellos mandatos de la manada, desparramando nuevas canciones para que las vayan incorporando y quizás, entendiendo. Cosa al menos dudosa en modo general, por cierto. Su bajo perfil potenciaba la leyenda que se escribía día a día, obra a obra. Supo mantener su intimidad intacta, oficiando de padre prolífico y orientando puertas adentro a su hermosa herencia propia y artística. 

Quizás el universo lo haya retirado demasiado pronto de esta atmósfera pesada, privando a nuevas generaciones poder contemplar un iluminado más. Seguramente sobrevuela cada tanto su Bajo Belgrano, solo para saber que todo sigue más o menos igual por aquí.

Que la música nunca muere, y que los artistas siguen latiendo en cada groove de cada nueva o no tan nueva canción.

¡¡Feliz Cumpleaños Flaco Querido!!  (desde el otro lado del fanatismo).

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  • Fuente: Telam

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