A los 22 años, Daniel Saez tuvo un accidente automovilístico que lo dejó ciego y cambió su vida para siempre. Sin embargo, aprendió que su discapacidad no es una limitación y a los 46 años es uno de los grandes protagonistas de la Regata Internacional del Río Negro.
Se trata de uno de los eventos deportivos más importantes de la disciplina en la región, que año a año busca convocar a los palistas más competitivos. La competición consta de siete etapas, que se celebran durante toda una semana con un día de descanso en el medio.
“Es un desgaste físico muy importante”, aseguró Daniel en referencia a la competencia. “No solo alcanza con remar. Hay que tener cierto estado físico porque son 3 horas. Cuarenta, cincuenta kilómetros que hay que remar sin parar”, afirmó sobre la dureza de la prueba, en la que ya participó cinco veces.
“Al principio me costó mucho aceptar mi discapacidad. Yo tuve un accidente automovilístico y consecuencia de eso perdí la vista”, explicó el deportista sobre su ceguera. “No veo claridad, nada”, agregó.
“La regata me dejó mucha alegría, para mí llegar al destino final en Viedma y participar es un logro. La gente que no sabe por ahí no se imagina las dificultades que uno tiene que ir resolviendo. Haber llegado es una felicidad inmensa”, expresó sobre su desempeño y la satisfacción que le dejó su participación en la Regata.
Daniel dijo que con su mensaje busca empezar a visualizar a las personas con discapacidad. “Estamos muy ocultos, nosotros mismos a veces tenemos vergüenza de mostrarnos. Gracias a la gente que tengo al lado he cambiado la mirada, por eso ahora trato de mostrarnos“, sostuvo y contó que “la idea es visualizar que las personas con discapacidad, cuando tenemos las oportunidades, podemos hacer muchas cosas“.
Además, habló sobre el proceso que tuvo que atravesar después del accidente. “Acostumbrarse a la nueva vida lleva un tiempo. Hay que entender que la situación cambió, que hay una nueva realidad“, relató. Luego de recuperarse, con ayuda de su familia, volvió a estudiar y consiguió trabajo. “Tener un ingreso económico, una estabilidad, ayuda mucho”, destacó. Gracias a ello pudo hacer que su hijo siga estudiando.
“Se me fueron abriendo las puertas para hacer deporte. Me decían que correr en la barda era muy difícil, de a poco me comencé a encontrar con gente que se animó”, comentó, y así comenzó poco a poco con la natación, el ciclismo, el canotaje, el ski, escalar montañas, cerros y hasta hacer cumbre en el Volcán Lanín. “Me fui dando cuenta que a pesar de la discapacidad y las limitaciones se le puede buscar la vuelta. Escuché muchos ‘no’ durante este proceso de no ver, pero fui aprendiendo y él ‘no’ lo tomo como un consejo”, concluyó.