A palabras necias, oídos sordos
¿Qué otra cosa puede decir un necio sino necedades? El ignorante no tiene conocimiento de aquello que debería o podría saber, el ignorante simplemente ignora. Pero el necio está unos escalones más abajo: por no saber nada, no sabe que no sabe, ¡y cree saber!
Por eso los necios dicen las mayores imbecilidades con el mayor orgullo… ¡Y desde la cima!… ¡Claro! El ignorante por ahí hasta te apena, o te enternece, pero al necio dan ganas de callarlo de un palmetazo, como a un mosquito… ¡Y sí! Los ignorantes presumidos son una especie insufrible; carecen de razón o inteligencia, eso los lleva a mostrarse tercos, porfiados en la defensa de sus errores y, por ese motivo, a persistir en ellos…
En las Sagradas Escrituras se aconseja: “No hables a oídos del necio; porque menospreciará la prudencia de tus razones”; o sea, que hablarle a un necio es gastar pólvora en chimangos…
Un dato curioso: el consejo bíblico es no hablarle al necio, no especifica qué hacer cuando es el necio quien nos habla, ¿cómo lo desoímos, haciéndonos los sordos, tapándonos los oídos, huyendo de él?…
En algunos países sudamericanos se usa “A palabras necias, oídos desenchufados”, o la variante “Lo que decís me entra por un oído y me sale por el otro”… El necio carece de la intención de observar o analizar las consecuencias de sus palabras y sus actos, ¿pero se le puede pedir que reflexione? ¡Y no, porque si reflexionara no sería necio!…
En el siglo XII, cuando se entabló entre los castellanos la disputa de si debía mantenerse en la Iglesia el rito mozárabe o el romano, este refrán fue la espada con que unos y otros se azuzaron en los debates…
Así que andemos atentos: ni a escuchar necedades ni a decirlas… ¡Eh tú, Romeo Santos, rey de la bachata! ¿Estás en el tema?…
Fuente: Telam