Desde su estreno en mayo último en el Festival de Cannes, “Aftersun” no paró de recibir premios: primero en esa prestigiosa muestra francesa y luego en las de Bucarest, Palm Springs, Sarajevo Munich, Deauville, San Pablo y Sevilla; más tarde en los British Independent Film Awards, en los Gotham Awards y en La Internacional Cinéfila para finalmente ser reconocida por múltiples asociaciones de críticos (National Board of Review, Los Angeles, Nueva York, Boston, Atlanta, Las Vegas, Chicago, Florida, entre otras).
¿Qué es lo que hace que un primer largometraje se convierta en un fenómeno de crítica y como en este caso también de público? Porque puede que, como ocurre con la directora inglesa Charlotte Wells (de 35 años), ya tuviera varios cortos elogiados como “Tuesday”, “Blue Christmas” y “Laps”, pero no es común que una historia mínima como esta, que se centra en la relación entre un padre (Paul Mescal) y su hija de 11 años (la debutante y encantadora Frankie Corio) durante unos días de vacaciones en un resort turco en plena década de 1990, obtenga un consenso tan amplio.
“Aftersun” fue adquirida por la plataforma de streaming MUBI, que esta semana la sumó a su catálogo, pero en una movida poco frecuente también la estrenó hace seis semanas en una docena de salas argentinas con buena repercusión (más de 7.000 espectadores), teniendo en cuenta -claro- estos aciagos tiempos para el cine de arte.
Y no solo eso: los programadores de MUBI decidieron celebrar la llegada de “Aftersun” con un especial de óperas primas de hoy consagrados cineastas como el polaco Jerzy Skolimowski (“Identification Marks: None”, de 1965), el canadiense David Cronenberg (“Stereo”, de 1969), el danés Lars von Trier (“The Element of Crime”, de 1984), el alemán Fatih Akin (“Short Sharp Shock”, de 1988), la neozelandesa Jane Campion (“Sweetie”, de 1989), el estadounidense Quentin Tarantino (“Reservoir Dogs” / “Perros de la calle”, de 1992) y el griego Yorgos Lanthimos (“Kinetta”, de 2005). Un auténtico seleccionado autoral.
Toda ópera prima es, por supuesto, una carta de presentación, una muestra inicial de que un/a cineasta tiene la suficiente destreza técnica y narrativa, la sensibilidad y la capacidad para dirigir intérpretes en tiempo y forma que requiere un arte y una industria tan exigente y tan cara como el cine. En muchos casos también queda con el tiempo (o sea, analizada con cierta distancia) como el primero esbozo, el anticipo de un estilo propio que luego se desarrolla, profundiza y amplifica en los siguientes trabajos.
Por supuesto, hay óperas primas emblemáticas de la historia del cine, que exponían el talento impar de su realizador y en muchos casos ya auguraban trayectorias extraordinarias, como las de Orson Welles (“El ciudadano”, 1941), John Huston (“El halcón maltés”, también de 1941), Robert Bresson (“Los ángeles del pecado”, 1943), Luchino Visconti (“Obsesión”, 1943), Sidney Lumet (“12 hombre en pugna”, 1957), John Cassavetes (“Sombras”, 1958), François Truffaut (“Los 400 golpes”, 1959), Jean-Luc Godard (“Sin aliento”, 1960) y hasta rarezas como la del británico Charles Laughton, quien en 1955 concibió una obra maestra como “La noche del cazador”, pero que terminaría siendo su única película detrás de cámara.
Entre los directores vivos también hay unos cuantos que cuentan con primeros largometrajes ya consagratorios, como el controvertido artista polaco Roman Polanski (“El cuchillo bajo el agua”, 1962), el italiano Marco Bellocchio (“I pugni in tasca”,1965), el español Víctor Erice (“El espíritu de la colmena”, 1973), el inglés Ridley Scott (“Los duelistas”, 1977) y los hermanos belgas Jean-Pierre y Luc Dardenne (“La promesa”, 1996), por mencionar solo algunos casos memorables.
Y si nos concentramos en directores estadounidenses contemporáneos no podemos dejar de mencionar los primeros largometrajes de realizadores muy influyentes como Terrence Malick (“Malas tierras”, 1973), David Lynch (“Cabeza borradora”, 1977), los hermanos Joel y Ethan Coen (“Simplemente sangre”, 1984), Jim Jarmusch (“Extraños en el paraíso”, 1984), Spike Lee (“She’s Gotta Have It”, 1986), Steven Soderbergh (“Sexo, mentiras y videos”, 1989), Darren Aronofsky (“Pi”, 1998), Spike Jonze (quien luego de filmar decenas de aclamados videoclips musicales debutó con “¿Quieres ser John Malkovich?”, 1999) y Sofia Coppola (quien en 1999 con “Las vírgenes suicidas” demostró que era mucho más que “la hija de”).
Y llegamos al cine nacional, donde entre las óperas primas hay obras maestras como, por ejemplo, “Crónica de un niño solo” (1965), de Leonardo Favio; “Mundo grúa” (1999), de Pablo Trapero; “La ciénaga” (2001), de Lucrecia Martel (hace pocas semanas ganó la la Encuesta de las 100 Mejores Películas del Cine Argentino); o “Nueve reinas” (2000), de Fabián Bielinsky.
Y si el recorrido se extendiera por América Latina se podría incluir al debut del chileno Raúl Ruiz (“Tres tristes tigres”, 1968), o los primeros largometrajes de tres directores mexicanos como Alfonso Cuarón (“Solo con tu pareja”, 1991), Guillermo del Toro (“Cronos”, 1992), y Alejandro González Iñárritu (“Amores perros”, 2000), quienes luego desarrollarían una amplia carrera en Hollywood.
Porque hacer una muy buena ópera prima será un desafío difícil, pero mucho más lo es construir, consolidar y sostener una filmografía sólida y exitosa durante mucho tiempo.
Fuente: Telam