Hace unos días concluyó la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP15) con un pacto histórico: decenas de países se comprometieron a proteger el 30% de la superficie terrestre y marina antes de 2030 para preservar la biodiversidad, lo que representa un logro sin precedentes para nuestros bosques, nuestra fauna, nuestros mares, y también para los suelos que pisamos.
El cuidado de la vida que está presente en los suelos en términos de microorganismos, insectos, entre otros, nos permite mantener el carbono del suelo (clave para tener mejores producciones), mantener su humedad y las reservas de agua de nuestros territorios, y por tanto resguardar el equilibrio de la naturaleza y lograr una mejor producción de alimentos sostenibles.
Hay más de 1.000 especies de invertebrados en un solo m2 de suelo forestal y, un gramo de suelo puede albergar millones de seres vivos y varios miles de especies de bacterias.
Pero pese a su inmenso valor estratégico, los suelos están en gran peligro, principalmente por las prácticas insostenibles de gestión, la erosión, la contaminación, y la urbanización.
La FAO estima que el 14% de las tierras degradadas del mundo está en América Latina y el Caribe, afectando a 150 millones de personas. En Mesoamérica la proporción asciende a un 26% del territorio.
Las principales causas de la degradación incluyen la erosión hídrica, la aplicación intensa de agro químicos y la deforestación, que se evidencian en una reducción de la cobertura vegetal, la disminución de la fertilidad, la contaminación, y el empobrecimiento de las cosechas.
No nos podemos quedar de manos cruzadas. Debemos impulsar el cuidado a la biodiversidad de nuestros suelos, para así asegurar un futuro donde podamos acceder a una producción de alimentos suficientes, sostenibles y sanos.
Cifras de FAO indican que mediante un manejo sostenible de los suelos se podría producir hasta un 58% más de alimentos.
Es por esta razón que la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), está dando seguimiento a una serie de proyectos que tienen su foco puesto en esta materia.
Este año, en el marco de un ciclo de conversatorios realizados, compartimos la experiencia de Colombia con plantas acuáticas extraídas de la laguna Ubaque, que ha permitido disminuir la contaminación del agua por el exceso de nutrientes, y a la vez suministrar materia orgánica a los productores.
En México, la iniciativa COLMENA de la Universidad Itson, ha permitido resguardar la diversidad microbiana asociada a los cambios de uso de suelo, disminuyendo su degradación. En Argentina, una experiencia presentada a través de la incorporación de bacterias y del manejo de rastrojo, ha logrado mejorar el balance de carbono de los suelos.
En Trinidad y Tobago, un estudio confirmó la importancia de la mejora del pH de suelos para mejorar la fertilidad, el rendimiento, la nutrición y calidad postcosecha de tubérculos de yuca. En Brasil, la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (EMBRAPA), compartió la experiencia de fijación biológica del nitrógeno con bacterias que ha permitido un ahorro anual de US$ 14 mil millones al país en el cultivo de la soya.
En Chile, el Instituto de Investigaciones Agropecuarias (INIA) ha impulsado la aplicación de materia orgánica de origen animal y vegetal en cultivos y frutales, reduciendo costos; y en Perú, la empresa BIOEM viene promoviendo el uso de biofertilizantes creados con una mezcla de hongos, bacterias y levaduras.
Los resultados hablan por sí solos. Debemos mirar con atención estos y otros ejemplos exitosos que buscan resguardar la biodiversidad de los suelos y continuar trabajando en esta línea. Resguardar la biodiversidad de los suelos hoy, es la clave para nuestro futuro.
Fuente: Telam