La vuelta de Messi a París

El silencio es salud. Sería lo aconsejable para los que vivieron durante años regocijándose con las caídas de Lionel Messi. Silencio. Reconocimiento. Y hasta admiración. Porque a los 35 años, ese jugador que no solo marcó una era dentro del fútbol sino que dejó una huella indeleble para los millones de fanáticos que adoran ver rodar la pelota, se reinventó con un Mundial inolvidable.

Y entre los miles de debates posibles, la Pulga siempre tuvo un team que le cuestionó hasta cómo se ataba los cordones de los botines. Eso cambió. Y ahora será París, la ciudad emblema de Europa, la que recibirá al rey de reyes. Un rey inobjetable. Único. Porque difícilmente los anti puedan plantarse a discutir sobre este fenómeno galáctico que ya es patrimonio del fútbol mundial.

Leo se sumará a los entrenamientos en el Paris Saint-Germain con un nuevo objetivo en la mira: ganar la Champions. Y, como se vio en Qatar, si el rosarino está encendido, todo es posible en la viña del señor. Pareciera que esa imagen de un Messi destrozado emocionalmente porque debió irse del Barcelona por la ventana (pasarán los años, lustros y décadas y será inentendible lo que sucedió con el mejor jugador que tuvo el Barsa y el que lo llenó de títulos y gloria, ellos sabrán…) fue una pesadilla o algo que nunca ocurrió. Pero fue real. Tanto como esa difícil adaptación a un fútbol francés de mucha fricción, muy físico y mas duro de lo aparente. Fueron tiempos de chaparrones, altibajos y cientos de críticas. De pronto, Messi tuvo que vivir en carne propia la parte cruel del fútbol: silbidos de sus propios hinchas.

Por eso este regreso a París será una novedad. Y un desafío. Leo siempre mostró profesionalismo y firmeza para surfear los tormentos. Si se bancó que los mismos hinchas argentinos le buscaran cualquier tipo de manchita, si cantaba o no el himno, si puteaba o no a un rival, si hablaba en lunfardo o en castizo, ¿cómo no iba a soportar los dardos franceses? Se la bancó. Hizo una pretemporada tremenda y, hasta que cortó la Ligue 1 por el Mundial de Qatar, fue determinante en el PSG: recobró esa magia que se le veía todos los fines de semana en el fútbol español, se hizo manija del PSG con goles y asistencias. Se fue a buscar la Copa del Mundo dejando al equipo invicto y líder del campeonato.

Y, luego de un descanso merecido, de las Fiestas en Rosario con su familia y amigos, con ese enchufe que busca año tras año para recargar energía en su lugar de su pertenencia y recobrar sus costumbres, este martes estará bajo las órdenes del técnico Christophe Galtier. Aunque ya no deberá demostrar nada: esta vez le tocaría recibir…

Por lo pronto, no se cruzará con Mbappé. No hubo mucha química en la final, pero tampoco antes. Sí mantuvieron una relación de respeto. Sin embargo, será todo un tema para el entrenador administrar los egos. Messi llegó al PSG y trató de hacerse invisible, no reclamó nada, se enojó cuando lo sacaron como se enoja siempre y aceptó cada decisión del club en silencio. Ahora aterriza con la capa y la corona de Rey del Mundo tras demostrar que Francia y Kylian eran terrenales y que, pese a lo que dice su DNI, un maduro con calidad puede derrotar a la trepidante estrellita del fóbal.

Por supuesto que nadie sabe el termómetro de la tribuna, qué dolor o bronca guardarán los franceses y si reconocerán como corresponde que Messi fue el mejor en Qatar, a nivel individual y también colectivo. “Estaremos muy contentos de darle la bienvenida. Respecto del recibimiento en el estadio, no tengo dudas de que será bueno por parte de nuestros hinchas”, dijo Galtier.

La Pulga llegó a Qatar con una lista de récords posibles y los rompió a todos. Se plantó ante la primera derrota con una frase para estampar en remeras: “Que la gente confíe, este grupo no los va a dejar tirados”. Y, claro, en cada partido dejó un gol, una asistencia, una gambeta y hasta una irreverencia inesperada como el “¿Qué mirás, bobo? Andá pa’ allá”. Ese, el que movilizó a millones, llega a París.

Antes de irse de Rosario, sus vecinos del Barrio Kentucky le regalaron un cuaderno con mensajes de agradecimiento. Una Copa América ganada en el Maracaná y la esperada Copa del Mundo le dan un blindaje que no necesitaba, porque siempre fue el rey. París lo recibe. Campeón. Feliz.Y no es para menos: es su vuelta olímpica.