Los argentinos que fueron contemporáneos de Pelé solían deshacerse en elogios con el crack que este jueves nos ha dejado. Lo habían visto de al lado, unos pocos privilegiados (el Flaco Menotti, José Ramos Delgado y Mario Cejas) se habían entrenado con él y fueron sus compañeros en su legendario Santos, o lo habían sufrido como rivales.
Para quien vive en la misma época y ve de al ladito a un extraterrestre de ese tamaño debe ser difícil pensar que alguna vez hubo o habría alguien más grande. Con cierto olvido de don Alfredo Di Stéfano, O Rei era considerado el más grande futbolista de la historia, hasta la aparición de Diego.
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Allí se reabrió una discusión en la que no es oportuno ni de buen gusto abundar ahora. Sí ocurrió que, al irrumpir alguien como Maradona en el universo futbolero, Pelé acusó recibo, estuvo celoso, salió a veces a defender su territorio y tuvieron, ambos genios, una relación de amor/odio, idas y venidas, peleas y reconciliaciones, ofensas y perdones.
Con el correr de los años, los viejos enfrentamientos se convirtieron en amables mensajes, reconocimientos mutuos y la feliz contemplación de otro fenómeno incomprensible, Leo Messi.
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Nadie, como Pelé, ganó tres Mundiales. No tuvo, eso sí, la bendición del primer mundo europeo, esa rendición del Viejo Continente a la primacía total de extraños y esos balones de oro que sí tuvieron Di Stéfano, Maradona y Messi. Historiadores con perspectiva podrán aventurar que en los años de esplendor de Pelé, convirtió al modesto Santos en un equipo al que invitaban a pasear su fútbol por todo el planeta, y convirtió a Brasil en la Premier de esos días.
Ya estarán tirando paredes y, mamita, los goles que van a hacer. Las polémicas quedan para los terrenales. Hoy es día de gloria en el paraíso de los futboleros, donde Diego y Pelé ya están juntos para la eternidad.
Fuente: Olé