Mujeres artesanas de distintas comunidades y edades de las provincias de Jujuy, Salta y Tucumán, buscan preservar las técnicas ancestrales y precolombinas de telar de cintura, tejido de chaguar y randa para «mantener viva su identidad, cultura y la herencia del arte textil».
Celeste Valero (29), cuarta generación de tejedoras, vive en la comunidad de Huacalera, en la Quebrada de Humahuaca, provincia de Jujuy. Es fundadora de Tejedores Andinos, una agrupación compuesta por 13 artesanas (la más joven de 23 años) y 2 artesanos pertenecientes al pueblo Kolla de las comunidades de Tilcara, Yacoraite, Maimará, Sumay Pacha y Sumalagua; y su misión es mantener viva la herencia del arte textil.
«Mis bisabuelos eran tejedores, mis padres lo son también. Mi familia me transmitió el telar de cintura, una técnica precolombina, que habla sobre nuestro origen indígena, pero que está en peligro de desaparecer, ya que solo 12 tejedoras la practican», relató Valero a Télam.
«Para mí tiene un significado tremendamente fuerte, porque está vinculado a nuestra cultura y todas las actividades tradicionales que realizamos durante el año en las comunidades. Hoy tenemos ceremonias vinculadas con la tierra, con la espiritualidad, y su conexión con la tierra donde aparece el textil como un protagonista. Y este textil está hecho con esta técnica», prosiguió.
A modo de ejemplo, Valero detalló que durante la ceremonia del Día de la Pachamama (que se celebra el 1 de agosto para venerar a la Madre Tierra) se utilizan dos textiles confeccionados con telar de cintura.
«Uno se llama Lliqlla o rebozo, un manto para cubrir la espalda mientras uno le da de comer a la tierra; y la otra pieza es la chuspa, una bolsa para poner coca», explicó Valero.
La técnica de telar de cintura mantiene «lo originario» en su totalidad, es «100% manual, no hay intervención de otras herramientas, se usa el cuerpo», explicó.
También dijo que mantiene su materialidad compuesta por lana de oveja y fibra de llama y vicuña, los camélidos de la región.
«Hubo un tiempo en que algunas tejedoras incorporaron hilos industriales, de lencería, pero su composición es contaminante. ¿Para qué usar hilos de la mercería si podemos usar nuestros hilos? y ayudar a generar trabajo en la comunidad, ya que unos producen, otros hilas y otros tejen», indicó.
Claudia Alarcón (33) y Anabel Luna (27) son artesanas indígenas Wichís de la comunidad La Puntana, en Santa Victoria Este, provincia de Salta.
Las mujeres forman parte del colectivo Thañi (del wichí puede traducirse como ‘Viene del Monte’), que agrupa más de 200 mujeres de 16 a 60 años, reunidas para comercializar sus artesanías textiles realizadas con fibra de chaguar junto a otras dos comunidades, La Curvita Nueva y Alto la Sierra.
Los chaguares son un grupo de plantas herbáceas con hojas suculentas y espinosas de la ecorregión del Gran Chaco, distintivas de la cultura Wichí. Este pueblo le otorga gran importancia a su recolección, procesamiento, hilado, tintura y tejido.
Sus fibras se usan para el tejido de prendas, cortinas, hilados y bolsas para actividades como la caza, la pesca y la recolección, además de cordeles, sogas y objetos artísticos.
A través de un diálogo telefónico con Télam, desde el taller que pudieron construir para que las tres comunidades logren juntarse, contaron que Thañi comenzó como un proyecto de Bosques Nativos y Comunidad del Ministerio de Ambiente de la Nación, acompañado por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), para preservar sus textiles.
«El tejido de chaguar viene de generación en generación. Es lo que nos representa como aborígenes Wichí, es parte de nuestra identidad. A través de nuestros tejidos reflejamos nuestra vida, historia, valores culturales», detalló Alarcón, que teje desde los 8 años.
Alrededor de 20 artesanas de La Puntana caminan 18 kilómetros para llegar al monte buscando las «mejores» plantas de chaguar, que «es similar al aloe vera, pero sin esa fibra y con espinas», relató la joven.
Así, se recolectan las hojas o con un palo se cava y saca la planta «madre» dejando las plantas menores, se pela la piel, se deja la fibra secar al sol para luego hacer el machucado, hilado y teñido con tintes provenientes de raíces, cortezas, hojas y resina; para confeccionar con el hilo caminos de mesa, bolsas de compras, paños o muñecas.
En tanto, Luna detalló que la técnica de hilado es «única» y no se ha modificado respecto a la que hacían sus ancestros, pero sí ha cambiado el teñido, donde se incorporaron anilinas y tintes artificiales, para conseguir más tonalidades.
En relación al salvaguardar esta técnica ancestral, Alarcón precisó que «su sueño es poder vivir de nuestras artesanías», piezas que son hechas a mano, con diseños distintos y que cada una posee un nombre.
«Antes que lleguen las técnicas del INTA habíamos dejado de tejer porque no había salida laboral. Los comerciantes nos pagaban con azúcar y harina. Cuando nos formamos como grupo pudimos revalorizar nuestro trabajo y comenzamos a tener usar el derecho de decir el precio de nuestros productos. Con nuestros tejidos podemos correr la voz de que nosotras también estamos aquí. Por eso es importante luchar para que no se pierda», aludió.
El Cercado, en el departamento de Monteros en la provincia de Tucumán, es la cuna de la técnica de tejido y bordado llamada randa.
«La randa es una artesanía que contiene historia, data de la época de las colonias. Es como una red que se hace con un hilo 100% algodón con una aguja y un palito como guía», comenzó contando a esta agencia Claudia Aybar (52), quien realiza esta artesanía desde los 17 años, transmitida por su tía.
La randa es una malla bordada artesanal realizada como una red que sostiene al bordado. No es solo un tejido, sus hilos guardan historias de tejedoras que recibieron y transmitirán ese mismo arte ancestral.
Los diseños de la randa están inspirados en la naturaleza, por eso los bordados son las flores de los jardines tucumanos, nidos de abejas hasta la representación de la lluvia.
«Bordamos punto por punto, no existe una máquina para esto. Nuestras manos son la máquina», explicó Aybar, integrante de la cooperativa «Randeras Del Cercado», que agrupa a 30 mujeres de 80 años hasta adolescentes de 15: «abuelas, madres, hermanas, tías, hijas y nietas», que realizan esta técnica.
Si bien la técnica se mantiene de generación en generación, se ha buscado «modernizarla» para incentivar a la gente más joven a continuar con el legado, así es que se comenzó a utilizar hilos más gruesos y a incorporar el color porque, antes, la randa era blanca o natural.
«Para teñir sus hilos se utilizan tinturas vegetales como cáscara de cebolla o la semilla de palta», explicó la randera; y detalló que han realizado trabajos con diseñadores y moldería.
«Es una técnica hermosa que hoy se puede adaptar hasta a una prenda. Todo se va modernizando», explicó.
Así, las randeras a través de exposiciones y talleres lograron hacer conocer sus artesanías, convirtiendo a la randa en patrimonio cultural de dicha provincia en el 2015.
«Si no hubiésemos transmitido esta técnica hubiéramos perdido una reliquia que tenemos en el lugar, porque es la artesanía que nos identifica. Por eso seguimos tratando de que siga viva y que algún día pueda ser el sustento de cada familia», enfatizó Aybar.
La falta de reconocimiento del proceso artesanal persiste en el sector textil
La falta de reconocimiento del valor de las artesanías y de lo que hacen las personas que las producen, es una de las problemáticas con la que se encuentran los artesanos y las artesanas, que deben «contar cómo se hace la pieza» para evitar «la técnica de regateo», explicó Celeste Valero.
La «técnica de regateo» sucede porque hay un desconocimiento de los procesos de trabajo y se compara una pieza artesanal con un producto industrial, explicó Valero.
En este sentido, manifestó que los artesanos son los responsables de «contar la historia de la pieza» y señaló que no le gusta usar la palabra «revalorizar lo artesanal», porque «no hay que revalorizar nada, el valor está ahí, solo hay que mostrarlo».
En esta misma línea, la randera Claudia Alarcón, remarcó que cuando un comprador pide una rebaja, tratan de que vea el trabajo que vea el trabajo que hay detrás del producto. Además, si reciben un pedido de algún diseñador o marca, las artesanas piden «respetar los tiempos» y que se las mencione.
«El artesano tiene que contar todo lo que significa el proceso de producción para que el otro entienda el verdadero valor de lo que implica ese objeto que, fuera de contexto, no podemos dimensionar», explicó María Blanca Iturralde, integrante de Red Federal Interuniversitaria de Diseño de Indumentaria y Textil (Redit).
También reconoció que en las comunidades, sobre todo en las indígenas o las rurales, persiste el jugar con la necesidad, y cambian productos por provisiones. Después se vende la pieza bajo otra marca sin mencionar la denominación de origen, invisivilizando a los artesanos.
Así, Valero aludió que «cuando uno compra una pieza va más allá de un souvenir, ese objeto transmite una cultura, una forma de vida y de entender el mundo. Está hecha a mano y lleva un tiempo. Esas cuestiones tienen que poder saber transmitirse para que el comprador entienda por qué el producto tiene ese valor», concluyó.
Un estudio indica que las mujeres son el 80% del total de los artesanos del país
El rubro de la artesanía tiene una preeminencia marcada de mujeres que desarrollaron sus habilidades a través de la enseñanza de sus madres y abuelas, y representan el 80% de los productores y productoras, según una investigación realizada por la Red Federal Interuniversitaria de Diseño de Indumentaria y Textil (Redit), en el 2021, cuando entrevistaron a 560 artesanos y artesanas de todo el país.
«Hay una cuestión intrincada que tienen las técnicas textiles con la vida diaria y cotidiana de las mujeres. Seguramente el textil, y su inscripción en el espacio doméstico, tiene en sus inicios una matriz patriarcal para mantener a las mujeres en el hogar, pero también -hoy- funciona como la posibilidad para tener sus propios ingresos. Realizar esta tarea aporta a la identidad colectiva y comunitaria de las artesanas», opinó Alejandra Mizrahi coordinadora de Redit.
Asimismo, Mizrahi reconoció que «el tejido funciona, en muchas comunidades, como algo para compartir, reunirse en un espacio que ellas mencionan como terapéutico».
En su viaje por la provincia de Jujuy para conocer tejedoras, Celeste Valero se encontró reiteradas veces, dentro de las comunidades, con que había mujeres que no tenían un trabajo remunerado, ni un oficio, que se ocupaban de las tareas domésticas y sufrían violencia de género.
Es por ello que reconoció que la organización Tejedores Andinos permitió que muchas «se empoderen» y que no solo lograrán independencia económica sino «darle valor a su vida».
«Una de las características de las mujeres andinas es que hablamos bajito. Fuimos sumisas por la historia que nos atraviesa y aceptábamos lo que se nos imponía. No sólo sucedían injusticias en el seno familiar, violencia, sino también cuando producimos algo y lo vamos a vender. El que habla más fuerte termina ganando el regateo del precio y así terminamos regalando nuestro trabajo», explicó.
Claudia Aybar, por último, reafirmó que «el trabajar en grupo nos hizo más fuertes, es una contención. Hacemos reuniones, sabemos la vida e historia de cada una, sus problemas y entre nosotras nos ayudamos».
Fuente: Telam