Las ballenas fueron foco de atención mediática a comienzos de octubre, cuando se hallaron más de 30 ejemplares muertos en las costas de la Península Valdés. El episodio, provocado por una floración algal venenosa -conocida como “marea roja”- inusualmente intensa, invita a la reflexión: ¿Por qué son tan vulnerables e importantes estos gigantes oceánicos?
“Las ballenas son guardianas de los océanos y de la vida misma”, afirma Roxana Schteinbarg, co-fundadora y coordinadora de Programas de Comunicación del Instituto de Conservación de Ballenas (ICB).
Y continúa: «Con sus enormes cuerpos, tienen la capacidad de capturar CO2 (dióxido de carbono) de origen antropogénico, mucho más que un árbol: 33 toneladas a lo largo de su vida, que puede superar los 100 años. Cuando mueren y sus cuerpos llegan al fondo del mar, este gas queda retenido en el lecho oceánico, reduciendo el stock de CO2 en la atmósfera, y contribuyendo como si fueran bosques, a la mitigación del cambio climático”.
Pero no es ésta su única función ecosistémica. Las ballenas son también grandes fertilizadoras de los océanos: al alimentarse de krill y defecar, van reponiendo nutrientes que permiten el crecimiento de algas y otros microorganismos que son a su vez alimento del krill, en un ciclo perfecto de economía circular.
Por otro lado, estas enormes y carismáticas criaturas del mar también contribuyen, a partir de actividades de avistaje, al desarrollo del turismo en muchas regiones del mundo, como la península de Valdés en la Patagonia argentina.
Guardianas en peligro
Paradójicamente, y pese a sus enormes contribuciones al ecosistema, las ballenas son una de las especies más amenazadas por los desequilibrios ambientales generados o agravados por la actividad humana: el cambio climático, la basura plástica y la contaminación de los océanos y mares.
Un estudio de investigadores del ICB y de Ocean Alliance mostró los efectos del cambio climático sobre la supervivencia de las hembras de ballena franca austral. De acuerdo a este trabajo, que fue publicado en la revista científica Science Advances, la mortalidad de las hembras aumenta luego de eventos de El Niño, y esto puede retrasar o incluso impedir el nacimiento de nuevos ejemplares.
El Niño, -un fenómeno caracterizado por la fluctuación de las temperaturas del océano- provoca un calentamiento de la superficie del mar, reduciendo la abundancia del krill. Esto disminuye las posibilidades de alimentación y afecta especialmente a las hembras en etapa reproductiva. Las ballenas tienen un año de gestación seguido por otro año de lactancia, lo cual implica un sobre-esfuerzo para su organismo que las hace perder masa corporal, según mostró el estudio a partir de foto-identificación y comparación de imágenes de las ballenas a lo largo de los años.
El cambio climático también genera una mayor frecuencia e intensidad de fenómenos como la marea roja que ocurrió en la zona de Península Valdés entre fines de septiembre y principios de octubre y provocó la muerte de al menos 30 ballenas.
“Hay evidencias que muestran que los cambios en las corrientes marinas y en la intensidad de los vientos, el aumento de la temperatura del mar y de la cantidad de materia orgánica en el agua, favorecen las floraciones algales que provocan la marea roja”, explica el biólogo Mariano Sironi, co-fundador y director de investigaciones del ICB.
“Lo que sucedió es que este año las floraciones algales tuvieron niveles récord de toxinas. Y si bien las ballenas no se alimentan de algas sino de zooplancton y krill; filtran el agua con algas y al filatrarla, ingirieron las toxinas letales”, explica Sironi.
Los nuevos enemigos
Aunque la caza comercial ya no es un peligro para las ballenas, debido a las altas regulaciones para la actividad, “hoy siguen en riesgo por otros factores: el mencionado cambio climático, la basura plástica, las colisiones con embarcaciones, la prospección sísmica offshore y el enmallamiento cuando quedan atrapadas en redes de pesca”, enumera Schteinbarg, quien es ingeniera agrónoma y se dedicó varios años a la consultoría en ese campo, hasta que las ballenas llegaron a su vida, a partir de un voluntariado que realizó para una organización conservacionista.
Dispuesta a estudiar y proteger a estos fascinantes seres marinos, Schteinbarg fundó el ICB junto a los biólogos Mariano Sironi y Diego Taboada en 1996. Desde 2014, la entidad lleva adelante el proyecto “siguiendo ballenas” junto al Conicet, la Universidad Nacional de Comahue y un grupo de entidades científicas y de conservación locales e internacionales.
Este programa permitó el seguimiento satelital de 65 ejemplares de Ballena Franca Austral, “mediante el uso de sensores colocados en su cuerpo que permiten registrar sus movimientos y traslados sin alterar su comportamiento ni bienestar”, explican los especialistas del ICB.
La información generada permite conocer más acerca de las ballenas y pone de relieve la importancia de contar con Áreas Marinas Protegidas para su conservación. Además, resulta un insumo valioso para recomendar regulaciones de actividades (pesqueras, petroleras y de transporte naviero) con potencial impacto sobre esta y otras especies marinas.
Para llevar adelante las tareas de conservación e investigación, el ICB lanzó su campaña “Adoptá una ballena”, que a cambio de una contribución económica partiendo de los $ 700 mensuales, permite acceder a información biográfica del ejemplar elegido y materiales didácticos y educativos.
Fuente: Telam