El lanzamiento del primer satélite artificial Sputnik en 1957 por la entonces Unión Soviética impulsó la conquista del cosmos o el espacio y la competencia con un Estados Unidos rezagado, en plena Guerra Fría, un hito que en el plano artístico despertó el interés por la temática de Raquel Forner, según se refleja en unas 70 obras del «ciclo espacial» que por primera vez se reúnen en una muestra temporaria que le dedica el Museo Nacional de Bellas Artes a la reconocida artista argentina.
Producida junto a la Fundación Forner-Bigatti y curada por Marcelo E. Pacheco, la exposición se titula «Raquel Forner. Revelaciones espaciales. 1957-1987» podrá visitarse hasta el 26 de febrero de 2023 en el Pabellón de exposiciones temporarias del Museo. Se enfoca en una etapa temática novedosa de la producción de Forner (Buenos Aires, 1902-1988), que dejando atrás el «ciclo terrestre» centrado en los estragos de la Guerra Civil Española y los desastres de la Segunda Guerra Mundial, incursionó en el descubrimiento del cosmos y la latencia de un fase esperanzadora para la humanidad, un tema que trabajará hasta el final de sus días con sus variados matices.
«Me impactó profundamente el hecho de que el hombre en su eterna inquietud, en su afán de verdad, intentara dejar la tierra en busca de otros mundos, de otras posibilidades de vida, en busca de respuesta. Esta aventura incidió en el aspecto formal de mi pintura y dio origen a una nueva temática. Dejé de pintar al hombre de la tierra y lo representé en una nueva dimensión: el hombre del espacio», escribió Forner en 1985.
Y así como este texto presente en la sala, otros breves están desplegados en el piso de madera entre el conjunto de óleos, dibujos, bocetos y variantes que exponen su proceso de trabajo, así como litografías y pequeñas piedras talladas por el mar provenientes de la rocosa costa de Miramar, intervenidas, anclan el sentido de una simbología espacial, que inaugura el recorrido con la cronología de las trascendentes series y sus respectivos años, impresos bajo los tres cuadros de su ciclo terrestre, como antesala y distancia.
Como expresa el director del Museo, Andrés Duprat, ese cambio a partir del camino al cosmos -con los Sputnik, el primer cosmonauta Yuri Gagarin o la perra Laika- o la conquista del espacio y la llegada del hombre a la Luna por parte de Estados Unidos, hizo que Forner dejara «las obras que referían a la guerra y al dolor para focalizarse en esta dimensión científico poética, porque siempre trabajo con mucho lirismo pero a la vez con mucho interés, -describe- riguroso y científico».
Contiguas están el díptico «Principio- Fin» (1957) de la serie Piscis o «Luna» de la serie Las Lunas (1960) con un tratamiento particular del color y la materia, que cobra una abstracción muy presente, distinta a sus trabajos figurativos, que volverán inquietantes, armoniosos, deformes, simbióticos, simbólicos y alegóricos en algunas de las obras. Precisamente «Las Lunas» inaugura esta nueva etapa de extenso trabajo sobre el espacio y sus derivas simbólicas, estéticas, que la alejan de cualquier rótulo artístico.
«La sensibilidad de Forner frente al salto de la humanidad hacia el misterio, lo desconocido, como una vivencia simbólica del hombre, la consideración de las preguntas primeras sobre la vida, sobre la creación», la llevan a que «los protagonistas de sus obra se convirtieran en terráqueos saliendo a la conquista de la Luna: la humanidad se transformaba en astroseres y mutantes, el hombre del espacio», escribe Pacheco, para quien estos crean un universo «que permite la hermandad entre el nuevo hombre».
El hombre volvió a ser el protagonista de esta nueva aventura, fantástica, dirá la artista en 1973, que representa «al hombre del espacio» que encierra en sí tanto la tierra como el espacio. «Por eso mis astronautas tienen la mitad de su cabeza pintada en grises, simbolizando la tierra, y la otra mitad en colores símbolo del espacio, del futuro», indica.
Se trata de una de las «tantas muestras que teníamos para inaugurar que nos canceló la pandemia», expresó Duprat, sobre la concreción del proyecto que venían conversado con la Fundación Forner-Bigatti y el curador hace un par de años, y que con la inauguración ajustan esa programación demorada.
«La exposición coincide con los 40 años de la Fundación», explica por su parte María Rosa Castro, presidenta de la entidad que aporta la mayoría de las obras exhibidas: «de los 47 óleos, 43 son de la Fundación», detalla en diálogo con Télam.
«Nos parece fantástico que se realice la muestra, porque la última fue en 1983 en vida de ella, una retrospectiva con toda la obra. Ponerla en el Museo es más que importante por el acceso que permite a todo el mundo de su obra», acota.
El Bellas Artes aporta dos obras de su acervo: «A la conquista de la Luna» (1961), donada por el Fondo Nacional de las Artes con una dimensión de 2 por 5 metros, y «Futuro acontecer» de la serie Apocalipsis en Planeta Tierra (1979). Las otras son de colecciones privadas.
«Me siento muy orgullosa y muy agradecida, de que podemos mostrar todo esto y de una Raquel llena de esperanza. En la primera época era muy terrible, estaba en contra de las guerras, no podía entender que el hombre fabricara armas para su propia aniquilación, pero siempre había algo en su obra que daba un indicio de que algo iba a mejorar, una espiga de trigo, una florcita, siempre había algo», cuenta Castro, quien manifiesta que esta exposición representa también esa necesidad de «esperanza, sobre todo que es lo que necesita el hombre en este momento para seguir adelante».
Entre las obras también se exponen témperas que tematizan sobre la dictadura cívico militar Argentina como «El juicio» (1983). Como dirá Forner sobre su obra desarrollada en series, «todas fueron inspiradas en las tragedias que asolaron la humanidad durante años: revolución, guerra, dictadura, primeramente en Europa, y luego en mi propio país».
Gran lectora, Forner, «tenía una biblioteca enorme y leía todo, desde los clásicos hasta lo último, pasando también por la ciencia ficción», dice Castro respondiendo a la posible inspiración en la profusa literatura de ciencia ficción de la época. E indica que más que inspiración en esos textos, «todo eso fue un disparador, más que nada la cuestión del hombre en el espacio y la búsqueda de otros mundos, otros seres. No creo que el disparador fuera la lectura de la ciencia ficción, las coincidencias la divertían mucho seguramente. Pero leía absolutamente todo», sostiene.
«Lo de ella empezó a partir de los satélites y la ida del hombre al espacio, eso es lo que alimentó su imaginación, la necesidad de encontrar un mundo mejor», agrega.
Por estos días, también el trabajo de otra artista, Elda Cerrato (Asti, Italia, 1931), resuena en esta sintonía del espacio y la creencia en otros seres y el «hombre nuevo» con su muestra «Lado B», instalada en la gran sala del Centro Cultural Paco Urondo, como esa instancia de coordenadas espacio temporales compartidas que da cuenta de una época y un proyecto de futuro promisorio que parece cada vez más distante, aunque exista una renovada carrera espacial en ciernes.
Sin embargo, si bien el color parece representar lo extraterrestre en los óleos de Forner, en grises a lo terrestre, el dolor avasallante de su ciclo terrestre no escapa en intensidad a la tensión presente en el espacial.
La artista, consagrada como una de las argentinas más relevantes cuya trayectoria es equiparable en extensión y obra a la de Antonio Berni, fue pintora, escultora y profesora de dibujo argentina que se formó en la Academia Nacional de Bellas Artes, estudió en París en el taller de Othon Friesz y fue parte del llamado grupo de París, entre los que estuvo el escultor Alfredo Bigatti, con quien se casó en 1936, en Buenos Aires.
«Impactada por la exploración del cosmos, apeló en estas obras a los lenguajes heredados de su pasaje por la experiencia surrealista como parte del Grupo de París, que puso en diálogo con los postulados del expresionismo y el fauvismo e, incluso, con experiencias contemporáneas como el Informalismo y la Neofiguración», explicaba Duprat.
«Forner produce una ruptura de la abstracción en el momento en que surgía el movimiento informalista, es decir que es una artista que está en la escena de la vanguardia, si se quiere, por más que no fuese su intención, toma una postura estética muy arriesgada», pero no se la puede llamar informalista, señala por su parte Mariana Marchesi, directora artística del Museo, porque «no se inserta dentro del movimiento informalista como lo estuvieron tantos otros, pero claramente apela a esta ruptura estética».
Las obras que se exhiben son pinturas de las series Las Lunas, Los que vieron la Luna, Los astronautas, Los laberintos, El Apocalipsis, Piscis, Los terráqueos, Mutaciones espaciales, Del espacio, Los mutantes y Encuentro con astroseres en Ischigualasto, la última en la que trabajó inspirada tras un viaje al Valle de la Luna en la provincia de San Juan.
«Raquel Forner. Revelaciones espaciales. 1957-1987» podrá visitarse hasta el 26 de febrero en el Pabellón de exposiciones temporarias del Museo, de martes a viernes, de 11 a 20, sábados y domingos de 10 a 20, con entrada libre y gratuita.
Fuente: Telam