El Mundial, por gracia del debut fallido contra Arabia, se transformó para Argentina en un atolladero emocional, mucho más enfocado en la angustia de estar en un lance de plata o nada ya en la primera semana, que en el juego en sí mismo. En ese atasco de sensaciones que atraviesan por el medio a los jugadores y hasta brotan afuera en carne viva, el fútbol pasó a segundo plano.

Acaso este triunfo con México sirva, principalmente, de desbloqueo mental. Un espantapájaros de los fantasmas que acosaron al equipo desde la derrota del martes. Y ese alivio pueda hacer que se suelten las piernas atadas por la ominosa amenaza de volvernos rápido de Qatar.

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Eso no significa que ya estamos encaminados hacia la final: si algo mostró nuestro arranque del Mundial es que el equipo, que era un violín Stradivarius hace un año, que seguía estando muy bien hasta pocas semanas atrás, no llegó de esa manera a Doha, y Lionel Scaloni se encontró con varios instrumentos impensadamente desafinados. La orquesta suena mal.

Que cinco jugadores que arrancaron como titulares contra Arabia hayan sido reemplazados en la formación inicial versus México es un obvio indicador; los cambios incluyeron, además de cinco nombres, uno de posición, al correrse Otamendi de primer central.

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Y que durante el propio juego de este sábado se hayan movido otros cinco nombres y el dibujo táctico para la última media hora, fortalece la impresión. Los primeros 60’ no habían dado muestras de recuperación, hasta la aparición providencial de Messi.

A Scaloni, que tenía un “11 de memoria”, se le movió la estantería en estos últimos meses y tiene la colosal tarea de arreglar el auto en pleno viaje, mientras está andando. El pulso no le ha temblado ni para sacar a Paredes, uno de los símbolos del equipo de su gestión, y no ponerlo ni un minuto.

Fuente: Olé

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