Luiz Inácio Lula da Silva asumirá el 1 de enero su tercer mandato como presidente de Brasil en un país polarizado y no hay indicadores de que esas rivalidades se desarmen rápidamente, estimó el sociólogo argentino Diego Brandy, coordinador de campañas en el gigante sudamericano, quien en diálogo con Télam apuntó también a las dificultades que tendrá Lula para gobernar y el cuidado que está teniendo para formar su equipo de transición.
El sociólogo argentino fue coordinador de comunicación de las campañas presidenciales de Marina Silva, exministra de Lula, luego su adversaria y que finalmente apoyó activamente la candidatura del líder del Partido de los Trabajadores (PT) en las últimas elecciones, así como de Eduardo Campos, quien también ocupó una cartera en el gobierno del exmandatario y fue gobernador del estado de Pernambuco.
Este año coordinó además dos campañas de gobernadores que fueron reelectos: el de Paraíba, João Azevêdo; y el de Espírito Santo, Renato Casagrande, ambos del Partido Socialista Brasilero (PSB).
– El ajustado margen por el que ganó Lula habla de una sociedad fragmentada, ¿ve posible un diálogo entre estos dos fragmentos?
– Hay un nerviosismo, una división muy fuerte que se expresa geográficamente, ideológicamente, entre dos Brasil y por ahora no aparecen elementos para ser demasiado optimista en cuanto a que esto pueda desarmarse. En Brasil no usan la palabra grieta, pero existe y casi con un grado de virulencia mayor del que hay en Argentina. Inclusive porque uno de los polos de esa grieta tiene ideas mucho más radicales y hasta relacionadas con las armas. Eso le da un cariz de mayor violencia potencial a esa división.
– ¿Considera que el próximo gobierno podrá trazar puentes entre esos dos polos?
– Esperemos que Lula consiga de alguna manera desarmar ese nudo. Pero si uno tiene que guiarse por indicadores más subjetivos, no hay elementos para pensar que eso va a ser rápido. Creo que Lula hace una lectura de que se le va a hacer muy difícil gobernar si no hace un esfuerzo por aliviar la tensión entre todos, pero por eso está siendo tan cuidadoso, creo yo, por ejemplo, con la nominación de su equipo de gobierno.
– Sin embargo, Lula terminó conformando una coalición que es de las más numerosas desde el regreso a la democracia, ¿cómo la describiría?
– Se habló mucho en los últimos dos años de crear un frente amplio para encarar esta elección de 2022 y eso lo concretaron en parte a través de la incorporación de Geraldo Alckmin, que salió del PSDB (Partido de la Social Democracia Brasileña), que es históricamente adversario del PT, y se afilió al PSB para componer la fórmula presidencial. Terminó siendo un frente con una cara más de izquierda, o sea, no atrajeron grandes partidos de la derecha liberal, digamos que era la esperanza original, o el centro democrático. Y ya en el segundo turno consiguieron apoyo de los candidatos del MDB (Movimiento Democrático Brasileño) inclusive sectores importantes de la derecha tradicional y de figuras referentes del centro democrático, como Fernando Henrique Cardoso.
– Algunos sectores criticaron justamente la incorporación de un rival histórico como Alckmin, pero ¿estima que Lula podría haber ganado igual sin él?
– A juzgar por el resultado electoral, tal vez no hubiese sido tan diferente. Pero le dio un barniz de apertura ideológica, que era uno de los problemas históricos del PT, que siempre fue muy limitado en su política de alianza.
– Ahora ya se ven los primeros desafíos de Lula con la necesidad de rever el presupuesto 2023 y el techo de gasto para contar con recursos para cumplir con promesas de campaña. Eso demanda otros acuerdos aún más amplios en el Congreso, ¿considera que podrán lograrlos?
– El futuro, más que de las propias habilidades, depende de otros condicionantes. El sistema político brasilero es muy complicado porque hay una dificultad para quien gana una elección, que es la de formar mayorías parlamentarias propias, y esto por la fragmentación característica del sistema. De hecho, el desafío ahora parece muy semejante al que fue en los gobiernos anteriores de Lula y Dilma (Rousseff), que es conseguir alianzas en el Congreso que le permitan un grado de gobernabilidad. Este problema fue el que causó en el primer gobierno de Lula lo que se llamó el Mensalao, y durante el gobierno de Dilma el Petrolao o el Lava Jato. Y tuvieron que optar por métodos no tradicionales, que fue recurrir al grupo de partidos del Centrao (bloque de partidos que domina la agenda económica y política del gobierno a cambio de administrar parte del presupuesto nacional) para tener apoyo parlamentario. El desafío es evitar usar esos mecanismos de vuelta.
– ¿Es un escenario más complejo el actual?
– Es una condición política aún más desfavorable, porque Lula gana con muy poco margen de diferencia y además la primera vuelta electoral configuró un Congreso bastante complicado para gobernar, con personalismos muy fuertes. No sé cómo conseguirá estos consensos, estas mayorías parlamentarias, sin recurrir a los mecanismos que crearon la crisis de 2015.
– Referentes como Marina Silva y Simone Tebet se incorporaron a la campaña de Lula con demandas concretas que deberán ser parte del programa de gobierno, ¿son compatibles?
– Sí, de hecho, algunas de esas demandas están sincronizadas con el propio ideario de Lula, como en el caso de Marina, que básicamente es la pauta medioambiental de acción climática. En el caso de Tebet, trae un sector que venía siendo bastante crítico al PT, que es el sector agropecuario. De alguna manera representa algunos intereses de ese sector y parecen ser funcionales a crear un ambiente de gobernabilidad más propicio. De hecho, el frente amplio que el PT no consiguió construir el primer turno, se construyó automáticamente en el segundo.
– Ahora trabaja más en propaganda y comunicación en las campañas, pero usted dirigió encuestas durante 30 años, ¿cómo explica que las encuestas, sobre todo en la primera vuelta, erraran por casi ocho puntos los resultados que obtuvo el presidente Jair Bolsonaro?
– Es una pregunta de muy difícil respuesta y que muchos especialistas se la pasaron debatiendo sobre qué ocurrió. Creo que posiblemente no haya una sola causa que explique semejante distorsión, pero viendo un poco los resultados, quizás tengan más que ver con el fenómeno de la abstención, o sea, como el voto es obligatorio, las personas no declaran la abstención futura, el hecho de que no van a ir a votar. Y el perfil de ese 20% de personas que se abstuvo en el primer turno es mucho más de electores de Lula que de Bolsonaro. Seguramente hubo otros factores, pero creo que eso puede haber tenido un peso importante.
Fuente: Telam