Despejado, con temperatura agradable pero ventoso y con un mar limpio y con oleaje intenso, el quinto día de proyecciones del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata entregó dos filmes diversos e interesantes, que se dieron a conocer en secciones paralelas, por fuera de las competencias de esta 37ma edición de la muestra.
Por un lado el riguroso documental «Hallelujah: Leonard Cohen, a Journey, a Song», que relata la fascinante historia de esa canción del cantautor canadiense y, por otro, la ficción «Un año, una noche», del catalán Isaki Lacuesta y con premiere mundial en febrero pasado en la Berlinale, que cuenta el tránsito y doloroso duelo de una pareja joven que estuvo en la disco parisina Bataclan el día del atentado (15 de noviembre de 2015) que dejó más de 80 muertos.
La cinefilia melómana cumplió con una cita casi obligada en esta edición de Festival de Mar del Plata con la proyección del documental sobre Cohen de Dayna Goldfine y Dan Geller.
Más específicamente un relato sobre su tema-himno «Hallelujah», compuesto en 1984 pero que le demandó a Cohen siete años de arduo trabajo en decenas de libretas de versos en la búsqueda de las palabras justas para hablar sobre sus dudas existenciales, que plasmó en la canción a través de referencias a historias de la «Biblia» y del abordaje de la fe desde distintas creencias ancestrales.
«Siempre pensé que había algo malo en mí y que había que arreglarlo a través de la búsqueda de la espiritualidad», dice el músico en uno de los pasajes de la película, dando pistas sobre una vida en la que trató de buscar respuestas o, mejor, formular las preguntas adecuadas a su insatisfacción permanente que rebalsaron su origen judío, en un recorrido que lo llevó desde tener en las giras a algo así como un asesor espiritual japonés o a recluirse por años en un convento zen de la ciudad de Los Ángeles.
La película trata de «Hallelujah», una canción casi religiosa que luego, muy lentamente fue tomada por la cultura pop, primero a través de Bob Dylan y luego de su propio autor, que la transformó e hizo suya sacándole los versos más religiosos para convertirla en una obra secular.
Después fue el turno de Jeff Bukley, que con su voz angelical y a la vez atormentada la llevó a un nuevo nivel de popularidad para que la tomaran artistas como Bono, Myles Kennedy, Rufus Wainwright, Regina Spektor y muchos más. De ahí a los participantes de distintos realities que probaron suerte con la canción en envíos como «American Idol» o «The Voice» y, finalmente, sonando como música de fondo de casamientos y velorios hasta llegar a una versión reducidísima en la película animada «Shrek», que dio varias veces la vuelta al Globo.
Con un impresionante material de archivo sobre el poeta, el documental de Dayna Goldfine y Dan Geller retrata a Cohen desde que empezó su carrera tardía como músico a los treinta años, hasta su última gira en 2016, cuando poco antes de su muerte a los 82 años, se tomaba con humor la vejez y contaba en una entrevista: «Como decía Tennessee Williams, en general la vida es una obra bien escrita, salvo por el tercer acto».
En otro de los cines que albergan un festival seguido por un público entusiasta, se vio el filme de Lacuesta, autor de «Entre dos aguas» y «La noche que no acaba», entre otros, basado en el libro «Paz, amor y death metal», de Ramón González, un joven español presente la noche el atentado de Bataclan y que arma un relato biográfico de lo sucedido en la discoteca y los traumas posteriores.
Interpretado por el argentino Nahuel Pérez Biscayart y la francesa, Noemi Merlant, paradójicamente la historia tiene varios puntos de contacto con la tragedia porteña de Cromañón, que dejó 194 muertos.
Aunque tragedias suscitadas por motivos disímiles, algo de los traumas posteriores de quienes estuvieron en ambos lugares parecen repetirse, y mucho de lo que cuenta la película de Lacuesta sobre el modo de transitar el duelo posterior al acontecimiento fue escuchado más de una vez en la Argentina en el relato de jóvenes que estuvieron el 30 de diciembre de 2004 en Cromañón.
Cuestiones relativas a olores, a los modos de salir de una y otra discoteca en la tragedia, del modo de haber salvado la vida y de las imágenes que vuelven una y otra vez en un repetitivo laberinto memorioso se constata en ambas historias.
Lacuesta arranca su película con la salida desconcertada de la pareja de la discoteca y su errancia por las calles de París esa noche aciaga y luego, en la medida en que la vida de ambos personajes transcurre, vuelve una y otra vez y va mostrando las imágenes de lo que sucedió en Bataclan y de lo que vio y vivió cada uno allí.
Con una cámara de pulso frenético, en un punto asfixiante, de planos cortísimos, el filme recorre el duelo posterior, acaso un año, en la vida, parcialmente destruida de esta pareja luego de la tragedia, en un filme de nervio intenso y acaso no ajeno al público local.
Fuente: Telam