Patricio Rago librero y biblimano Foto Ral Ferrari
Patricio Rago, librero y bibliómano. Foto: Raúl Ferrari.


El librero y escritor Patricio Rago comenzó a vender libros usados desde su casa en 2010, montó su librería Aristipo en 2015 y dos años después empezó a armar la Francachela, una cita que -cada tres meses- copa la esquina de la avenida Scalabrini Ortiz y Aguirre, en el barrio porteño de Villa Crespo, con choripanes y vino gratis, música y su catálogo de ejemplares seleccionados especialmente, y ahora conjugará toda esa experiencia en la Fiesta del Libro Usado (FLU), que se realizará este fin de semana en la plataforma de experimentación cultural Nave.

Autor del libro «Ejemplares únicos», el fundador de Aristipo y organizador de FLU recibió a Télam en su librería donde suena música clásica y donde una imagen de Diego Maradona desde un altar cuida los títulos recomendados en la mesa central.

Historias de quienes alguna vez entraron a ese local, las de quienes se desprendieron de sus libros o los de sus familiares y amigos y llegaron a manos de Rago (Buenos Aires, 1982) o las de los que facilitan la circulación de esos ejemplares, forman parte del libro que editó Bajo la luna.

Sobre esas crónicas ficcionales y el devenir de su proyecto alrededor de la venta de libros usados, el librero habla en esta entrevista previa a la FLU, la fiesta que este sábado y domingo copará la Nave, el espacio ubicado en avenida Belisario Roldán 4415, en Palermo, y por el que pasarán Dolores Reyes, Jorge Consiglio, Juan Mattio y Hernán Ronsino, entre otros, para dictar talleres o compartir charlas.

Sábado y domingo desde las 10.30 pero el primer día hasta las 22 y el segundo hasta las 21, la FLU contará en esta primera edición con una selección de títulos de 16 librerías de usados como The Bookcellar, La Teatral, La Grande, El juguete ilustrado, El Escriba, Didon e Himnos a la noche.

Para conocer la programación completa e inscribirse a los talleres, se puede ingresar a https://www.flubuenosaires.com.ar/#feria-de-libros.

-En el libro hay mucha intimidad en dos planos: en los encuentros con quienes te ofrecen las bibliotecas y en el encuentro con los libros marcados. ¿Cómo se dan esa situaciones?
– Es una situación muy íntima con un total y absoluto desconocido que te abre las puertas de su casa para que metas mano en una biblioteca con la que tiene un vínculo afectivo. Hay como un juego de seducción o una necesidad de inspirar confianza. La persona tiene que sentir que le va a dar los libros a alguien que los va a valorar.

-¿Suele ser un solo encuentro?
-Sí, suelo ir y resolver en el momento porque puede pasar que después pasa un conocido, un tío y se lleva lo que habías visto. Vas y cuando tenés la oportunidad comprás. Siempre me pasa que me da miedo que, por ejemplo, el taxi en el que los cargo se lleve los libros. Soy como un cazador, el libro está, lo llevo y ya.

-¿Y qué pasa con las marcas que encontrás en los libros?
-Encontrarlas es espectacular. Las dejo, suelo dejar todo, salvo los papelitos que veo entre las hojas, ya sea cartas, boletas, pasajes, flores secas, facturas o billetes viejos. Esas cosas las saco y las pongo en «Ejemplares únicos», como una manera de jugar, de generar una sorpresa. Cuando los pongo en la mesa y hago la selección para ver qué libros me quedo para mí, me tengo que controlar porque mi biblioteca crece y el espacio es finito.

Los subrayados me vuelan la cabeza, las cosas que anota la gente o subraya. Leer un libro usado y ver que el lector o lectora subrayó exactamente lo que hubieses subrayado genera una complicidad que, sin saber quién es la otra persona, la sentís un alma gemela.

-¿Hay algún libro que estés esperando para vos, que te interese especialmente como lector?
-Sí, me pasó hace poco. Hace años que estoy buscando un libro de Hermann Broch que se llama «Los sonámbulos», es una trilogía que publicó la editorial Castelar en los años 40 y nunca más se reeditó hasta que la editó Lumen en tres tomos. Una vez tuve ese libro y lo vendí, siempre me acuerdo que fue a una piba de La Plata y me arrepiento de haberlo vendido porque no lo vi nunca más. Mirá que yo veo libros, pero a ese no lo volví a ver hasta que el otro día fui a un departamento de Callao y Santa Fe y era todo papel, cajas y cajas de papel hasta que apareció «Los sonámbulos», estaba impecable. Me llevé tres libros y estaba chocho.

-¿Cómo diste el paso de armar la librería?
-En 2010, empecé con una página web, vendiendo por Mercado Libre, iba comprando y vendiendo. Las redes sociales fueron aliadas, hoy la más fuerte es Instagram, antes lo era Facebook. Milito la librería como un lugar de encuentro, lo que me flashea de acá es que la gente viene y se conoce acá. Se generan historias, romances, amistades. Venís, hablás con el librero y te llevás recomendaciones, experiencias. Por internet el proceso está desangelizado .

-Un paso previo a la Feria fue la Francachela, ¿cómo surgió?
-Sí, porque la Francachela es la mayor manifestación de lo que entiendo como librería, que es como un lugar de encuentro. La gente viene a la Francachela y no puede creer estar en la calle, con una parrilla, con vino gratis, con un DJ, bailando. Acá adentro hay una mesa explotada con los mejores libros de la librería. Se hace cada tres meses, con cada cambio de estación, la hacemos y se emborrachan, bailan. Hay gente que viene sola y retoma conversaciones de hace tres meses atrás. La comunidad lectora es como una especie de club al que van los que no son aceptados en ningún club. Gente con problemas de sociabilización, lectores solitarios, vienen acá y encuentran un lugar, se crea ese vínculo. Empezó en el 2017, en una Noche de las Librerías. Unos amigos me preguntaron si no me habían invitado, cuando dije que no, me propusieron hacer una paralela. Decidimos hacerla cada tres meses. Al principio venían 100 personas, ahora vienen 400. La ultima fue parte del Filba, se nos acercaron los organizadores y nos propusieron hacer una en el marco del festival. Nos trajeron mucha gente.

-¿La FLU retoma ese clima, no?
– Sí, es una fiesta, vengo hace rato con esta idea de convocar a librerías de Buenos Aires. No queríamos que fuese una feria porque la pensamos como un evento que celebre la lectura, una fiesta de lectores, que sientan que forman una comunidad aunque no lo sepan. Va a haber talleres, charlas y música en vivo. Recorrí librerías, algunas las conocía y otras no. Si bien cada una va a aportar su impronta la idea es que sean libros de buena calidad a precios accesibles, será una selección de sus catálogos. Es un poco ir contra la dinámica de mercado de lo nuevo. La lectura tiene que ser algo popular, que esté al alcance de la gente.

Patricio Rago y el circuito de libros usados como un sistema de azares

La circulación de libros usados se despliega en la ciudad de Buenos Aires en librerías, parques como el Rivadavia y el Centenario o en puntos clásicos como Plaza Italia, y Patricio Rago, en sus crónicas de «Ejemplares únicos», potencia las múltiples aristas de esa circulación para indagar en cómo se desarman y vuelvan a armar bibliotecas o qué alcances tienen las pasiones por la búsqueda de un título que no está entre las novedades y, a veces, hasta se constituye en una obsesión.

Hay algunos de los que considera joyas que no los ofrece en su cuenta de Instagram y están solo en un espacio de la librería. En ese espacio, al que llegan quienes se acercan a Scalabrini Ortiz 605, están «Hablando del asunto», de Julian Barnes; «El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes», de Tatiana Tibuleac; y «Pedro Páramo», de Juan Rulfo, entre otros.

-T: Al final del libro hay un mapa en el que se pueden encontrar otras librerías de usados. ¿Cómo ves ese circuito?

-P.R: El mapa tiene situaciones del libro, y claro hay también librerías. Creo que con la tradición de librerías de usados que hay en Buenos Aires, con libreros con mucha experiencia, recomendadores, hay que movilizar mucho el circuito y el alcance de los libros usados.

-T: ¿Cómo ves el panorama del libro pospandemia?

-P.R: Hay una tradición librera y lectores que se vuelcan al usado en los parques como el Rivadavia, Plaza Italia, Centenario y en librerías del centro. Hay otras que se volcaron a lo digital, cerraron sus locales y venden con catálogo por internet. Es verdad que la lectura en general compite con las tecnologías: tenés Netflix, el celular, un montón de cosas. Se sigue editando mucho porque el libro en papel lo que ofrece, en contra de las tecnologías, es un vínculo afectivo, el tacto, el olfato. Soy anti libro electrónico. No lo mandaría a la hoguera pero la experiencia de poder tocar el libro, leerlo, llevarlo a todos lados no tiene comparación. Es como que me digas no voy más a un concierto de música porque lo ves por YouTube. Está bien pero no podés comparar la experiencia.

-T: ¿Y cómo es la compra? ¿Hay épocas del año que identificás como de mayor ofrecimiento de libros usados?

-P.R: La compra es azarosa, hay semanas que no voy a ningún lado, otras que compro 200, 50, 500. No hay época del año en la que se mueva más. Quizás diciembre, pero es azaroso. A veces hay clientes que te traen y cambiás. No siempre es ir a ver. Cuando arranqué hacia entregas sin cargo, vendía desde casa, armaba un mailing donde hacía un listado de libros que recomendaba y les ponía precio, se lo terminé mandando como a 3000 personas. Tenía clientes que estaban en diferentes zonas de Capital Federal a los que les iba entregando. Muchos aún hoy me siguen comprando.

Fuente: Telam

Por admin

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