Habrá que hacer fuerza para contener las lágrimas mientras los recuerdos pasan a la velocidad de la luz por la mente. Imágenes de todo tipo, felices y no tanto, encuentros y desencuentros, vueltas olímpicas, penales y atajadas. Y amor, principalmente amor. Del más profundo… Este sábado, en el Pedro Bidegain, Néstor Ortigoza y Sebastián Torrico jugarán en el partido frente a Aldosivi sus últimos minutos en San Lorenzo.
No será una tarde más, obviamente. El 22/10 de este 2022 quedará marcado en todos los almanaques cuervos por los siglos de los siglos. El Gordo y el Cóndor bien ganado tienen un lugar en la historia grande del Ciclón y, más aún, en el corazón de los hinchas. No será lo mismo sin ellos.
Compañeros, amigos e ídolos…
Faltará el salvador y el infalible en los penales, no estará más ese líder silencioso que parece siempre marcar el camino casi como un sensei que todo lo sabe, ni tampoco ese guapo de barrio, que siempre tiene la chicana justa y que sabe de eso de agrandarse en la más difíciles… La historia de ambos bien podría ser un cuento de Fontanarrosa o de Sacheri, o quizá alguna producción cinematográfica de alguna plataforma de stream, tan de moda por estos días.
Ni por asomo, cuando Ortigoza apareció en aquel empate 1-1 con Gimnasia en La Plata en febrero del 2011, alguien podría siquiera imaginarse todo lo que vendría después. El penal en la Promoción con Instituto, el título en la cancha de Vélez con aquel equipo de Pizzi, otro remate clave -como tantos- desde los 12 pasos para que Boedo tenga su primera Libertadores…
Yo juego por vos, le dijo alguna vez Maradona a su mamá luego de ser campeón de mundo. Y Ortigoza podría repetirle esa frase a cada uno de los cuervos. A esos que él cuenta haber visto de lleno a los ojos en la tribuna antes de rematar el penal ante Nacional de Paraguay o a aquellos que se lo encontraron mientras iban a laburar en el subte, tras conquistar América, porque “necesitaba bajar a la Tierra”. Si fue un hincha más cuando se bajó de un avión para ir a ganar en la Bombonera o cuando entró apenas segundos, hace poquito, para patear un penal y darle el triunfo al equipo de Insua ante Vélez.
Algo similar podría decirse de Torrico, que llegó en 2013, en una situación excepcional y por apenas dos meses, para reírse del tiempo y transformar 60 días en una eternidad. Los penales con Morón en Copa Argentina, el día de su debut, pudieron ser suerte o, como se confirmó después, una premonición. En todo este recorrido los guantes de sus alas los sufrieron Allione, Chiqui Pérez, Pussetto, Gremio… Y para que seguir contando si él ya ganó hace rato.
Pasó por todas también. Siempre tuvo que competir para ganarse el lugar, a veces le tocó mirarlo de afuera pero nunca dejó de apoyar. Un apoyo como el que él mismo recibió cuando la vida le tiró un golpe de KO y fue recibido con una ovación única cuando volvió a pisar el Bidegain.
Esa ovación se repetirá este sábado, por duplicado, desde que pisen el campo de juego. Aunque ellos pidieron expresamente que todos los homenajes sean una vez que Penel pite el final del encuentro y que no haya aplausos en el minuto 12 y el 20 para que nada los corra del foco de dejar al equipo clasificado a la Sudamericana, porque será difícil contener a los hinchas de brindarles un aplauso cerrado, ruidoso y respetuoso en cada oportunidad que tengan.
En el final de la jornada llegará el momento esperado (o en realidad el que todo Boedo esperaba que nunca llegue), acompañados por su familia y sus compañeros, darán una vuelta olímpica más. Esta vez, la última pero para festejar el mejor de los títulos, el premio a dos carreras únicas y difíciles de repetir. Compartirán ese momento como comparten la amistad desde que jugaban en Argentinos, conviviendo como en cada concentración, disfrutando de ser Ortigroso e hisTorrico.
El 11 del Ciclón ante Aldosivi
S. Torrico; A. Giay, F. Gattoni, C. Zapata, G. Hernández, M. Braida; A. Vombergar, J. Elías, N. Barrios, E. Cerutti; A. Bareiro.
Fuente: Olé