El sonido de los perdigonazos todavía, a lejos, hace eco en el Bosque. Los gases lacrimógenos, al fin, se han disipado aunque el recuerdo de aquella no tan lejana noche oscura platense aún corta la respiración.

Un Gimnasia desinflado volverá a recibir en 60 y 118 a un Boca ahora preocupado pero aún candidatazo. Serán 81 minutos y, como si fuese parte de un ritual inexplicable, estarán los mismos actores. O casi todos.

Algunos, policiales, quedarán en casa, cesanteados. Otros, como César Gustavo Regueiro por ejemplo, hincha Tripero, ni siquiera tendrá esa suerte. Recién tendrá paz cuando se haga Justicia. La represión lo asustó escapando de una tribuna. Su corazón dijo basta. Tenía 57 años. Y mucho miedo.

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El caso Lolo, un poquito encuadrado en el marco de la famosa ‘Violencia en las Canchas’, otro tanto en cuestiones meramente políticas, internas provinciales y un innumerable número de etcéteras con pus, se convirtió de inmediato, de modo frío e irrecuperable, en el 346° fallecido del fútbol criollo. según el conteo incansable de la ONG Salvemos al Fútbol. El número, claro, crecerá. No sabemos quién será el que sigue pero podemos conocer al primero de los muertos que no paran de nacer.

La cobertura de El Gráfico del trágico Lanús-Boca de 1939.

La cobertura de El Gráfico del trágico Lanús-Boca de 1939.

¿No hay mal que dure 100 años?

Fue confuso el episodio. De hecho, el nombre del primer hincha muerto en una cancha todavía es una incógnita. Sucedió en el invierno de 1922 (sí, hace 100 años y monedas) en el viejo estadio de Sportivo Barracas -desaparecido dos décadas después- en la manzana delimitada por las calles Luzuriaga, Iriarte, Pedriel y Río Cuarto, frente al porteño Parque Pereyra y a metros de la avenida Vélez Sarsfield, tal como grafica el portal viejosestadios.blogspot.com.

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Era, por ese entonces, el escenario de los partidos más importantes que se jugaban en el país. Entre ellos, el cruce amistoso entre la Asociación Argentina de Football y una selección vasca, con componentes de la Federación Guipuzcoana. Según supo informar inicialmente el diario El Telégrafo, en la casa del actual club de la Primera D, un menor de edad se rompió un brazo al caer de “una tribuna improvisada sobre una chata de cuatro ruedas” que estaba fuera del estadio. Luego, el mismo medio cambió el diagnóstico y trocó fractura por muerte. E hizo responsable a la Policía.

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En su obra Héroes de Tiento (Grupo Fabro), Carlos Aira presenta un extracto en la prensa escrita que pintaba la situación: “Una vez más se ha podido comprobar que los jefes encargados de la tropa policial en los grandes matches de fútbol, no prestan el concurso para el cual han sido solicitado”. Incluso días más tarde, cuando se produjo la visita del Teplizer Fussball Klub checoslovaco, el tópico no se modificó: “A la entrada a la cancha, los polizontes del escuadrón de seguridad construyen un cordón para que el público forme fila ‘de a uno’ y así no se produzcan a la entrada amontonamientos (…) pero resulta que los caballos se van cansando y cediendo terreno. Se dan cuenta los policías y comienzan a tratar a esa gente como bandoleros (…) que ni derecho de defenderse le queda, pues tan apiñada está que no es posible ni moverse, y los vigilantes, meta apretar nomás contra la pared”. Sí, 1922. Apenas meses más tarde, en un predio cedido por el Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, Gimnasia comenzaría con la construcción de su casa, que hoy lleva el nombre de Juan Carmelo Zerrillo, 33° presidente en la historia de la institución.

Las balas policiales fueron profesionales

Todos los muertos valen uno. Se lloran por igual. Algunos tendrán distinta repercusión mediática que otros pero, en definitiva, cuentan para la negra estadística. Hubo igualmente que esperar hasta 1939, ya en la novena temporada del Profesionalismo, para inaugurar una sección que crecería a pasos agigantados: los fallecidos por el accionar de la Policía, siempre en el centro de la escena. Ayer y hoy. El Amateurismo sólo parecía continuar en el manejo de las armas en las Fuerzas…

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Sucedió un 14 de mayo. En su estadio de Arias y Acha (actual Ramón Cabrero y Juan Héctor Guidi), Lanús recibía a Boca. Como preliminar se disputaba, a cancha llena, el encuentro de Cuarta División Especial -categoría ya inexistente- entre Granates y Xeneizes. Cuando faltaban 15 minutos para el final del juego, después de una fuerte entrada del local Pascual Miozzi a Roque Valsechi tras una agresión previa, comenzó un tumulto que encendería a las masas. Hinchas de Lanús ingresaron por el túnel para hacer justicia por mano propia. Los de Boca, tiraron abajo parte del alambrado para defender a los suyos. Una gresca importante pero no muy distintas a las típicas de antaño.

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«En esa situación pocos agentes de Policía tratan de evitar que el alambrado sea derribado y uno de ellos, enloquecido por su instinto criminal, o enceguecido por haber recibido una pedrada, descarga su revólver sobre la multitud…”, contaba Chantecler en El Gráfico. Esa locura acabó con dos muertos entre piedrazos cruzados: Luis López, de 41 años, recibió un balazo en el tórax de calibre 38. Oscar Munitoli, de apenas 9, fue asesinado con un disparo en el páncreas. 

La cobertura de El Gráfico del trágico Lanús-Boca de 1939.

La cobertura de El Gráfico del trágico Lanús-Boca de 1939.

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La reconstrucción lograda por Aira en Héroes en Tiempos Infames no tiene desperdicio. Cualquier semejanza con la actualidad es mera coincidencia. “Los agentes Luis Esteban Estrella y Felipe Moreno cayeron heridos. Los efectivos de Capital Federal tenían prohibido concurrir armados a las canchas; no así los provinciales…”, rememora el autor. El tío de Minutoli, vecino de Banfield, le cumplió a su sobrinito el sueño de llevarlo por primera vez a una cancha. Un karma que lo habrá perseguido el resto de su vida desde que lo tumbaron sentado en el quinto escalón de la popular.

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López corrió la misma suerte. Murió un rato después en el Fiorito de Avellaneda. Corredor de juguetes, dejó huérfanas a sus dos hijas. Pudieron haber llegado un rato antes si la ambulancia que los trasladaba de urgencia no hubiese chocado contra un tranvía. Ya se jugaba el partido de Primera. El rosarino José Liztherman, llegado desde Atlanta, gritó su gol sin vergüenza. Era su cuarto tanto en la temporada. Haría dos más. Luego pasaría por Ferro, Racing y Peñarol de Montevideo.

Entre pistoleros y falsas autopsias

Recién en 1944, Lanús consiguió independizarse de Avellaneda. El operativo policial (compuesto por 18 hombres) correspondía por entonces a la Comisaría 2° de aquella ciudad bonaerense, a cargo del periodista Esteban Habiague, a su vez mano dura y derecha del caudillo local y conservador Alberto Barceló. Crítica, popular diario argentino, le sacó la ficha de una tras saberse que habían sido disparados más de 30 proyectiles. “La Policía creyó encontrarse frente a pistoleros y no frente a un público pacífico…”, describió. Fueron casi 15.000 personas las que fueron a ver fútbol. Dos no volvieron a su casa.

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Se hizo cargo de la causa el Juzgado del Doctor Rafael Ocampo Jiménez. Después de haber tomado declaraciones durante toda la noche, notó que las dos autopsias habían sido fraudulentas. Mientras los trapitos se secaban al sol, Boca abrió las puertas de la sede para su socio López. El pibito fue velado en su casa pero Eduardo Sánchez Terrero, el presidente del club, acompañó sus restos hasta el cementerio.

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Ocampo Jiménez dictó el 1 de agosto la prisión preventiva para Estrella y Moreno. Uno no pudo zafar por el dedo acusador de decenas de testigos; el otro, por las pericias balísticas que lo incriminaron en el asesinato de López. Nunca se supo, en tanto, quién se quedó con los sueños de Oscar Munitoli, alumno de tercer grado de la Escuela 15. El Comisario Habiague debió dejar su lugar en disponibilidad meses más tarde, ya entrado 1940. Lolo Regueiro nacía 25 años después.

Fuente: Olé

Por admin

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