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Cuenta la mitología que Zeus, disfrazado de toro blanco, raptó a la princesa fenicia Europa y se la llevó a Creta, La ingenua muchacha acarició al toro mezclado con su ganado y sólo se apercibió que era raptada cuando el toro cruzó el mar y la depositó en la isla…

No hay mitología. Tampoco hay toro blanco. Heródoto dejó hace rato de describir el episodio. Hoy, Europa está lejos de ser aquella hermosura que deslumbró a Zeus. Europa hoy es una gran lágrima entre el bravío mar del Norte y el idílico Mediterráneo. Desconcertada y aterrada, espera el invierno gélido que se avecina mucho más amenazante que el patrón del Olimpo.

Atrapada por el “gran hermano” de allende los mares, Europa no atina a ponerse de pie y a defender su identidad. Vacilantes (con perdón) líderes que ya son repudiados por sus propios pueblos, una crisis económica que avanza inexorable y destruye ese presumido paraíso del “bienestar general” en el que las apariencias le hicieron vivir varias décadas, amenazantes oleadas de inmigrantes provocadas por su misma conducta colonial y la ciega obediencia a descentrados estrategas de Washington la acorralan en un callejón casi sin salida.

París, Praga, Berlín, Madrid, Roma hoy son algo más que destinos turísticos. Decenas de miles de manifestantes claman por sus calles la restitución de su autonomía y el retorno a la sensatez. Nada parece conmover a sus (con perdón) líderes. Ni siquiera antiguas voces como la de Ángela Merkel, que advierte y precauciona sobre la insensates de “no escuchar a (presidente de Rusia Vladímir) Putin”. O el alarmado llamamiento de Francisco, de parar el enfrentamiento bélico ya y evitar el absurdo derramamiento de sangre.

La Unión Europea languidece entre estridencias de solidaridad con el comediante de Kíev y la real impotencia de poner pie en el conflicto, mediar y lograr la detención de la guerra. Elon Reeve Musk, cansado de gastar en las comunicaciones satelitales de las tropas ucranianas sin que nadie se acuerde de compensarlo, lanza un plan de una sensatez contundente: 1) detención del enfrentamiento en el Donbass; 2) status neutral de Ucrania; 3) Crimea para Rusia; 4) reiteración de los plebiscitos en Lugansk, Donetsk, Zaporozhie y Jersón bajo la égida de la ONU y reconocimiento obligatorio y universal de la voluntad de sus habitantes.

Quien suponga que Musk es un ingenuo fantasioso político que actúa per se sin consultar con sus pares, es más ingenuo que este sudafricano socio de George Soros, Nelson Rockefeller o Peter Thiel. Esta banda tiene toda la data necesaria como para no errar en el pronóstico o declarar algo que sea inconsistente, irrelevante o irrealizable.

De inmediato, Kíev condenó al desdichado multimillonario y ordenó cubrir con pintura los carteles con su rostro pegados en las principales calles de la capital ucraniana, cuando todo era romance con el “atribulado” Musk. Y el Pentágono le ordenó, so pena de atacar todos sus negocios, que siga financiando la red Satlink que abastece de información al ejército ucraniano. Como dije, Musk tiene algunos socios y Washington no está en condiciones de amenazar a quienes mantienen en sus manos el férreo control de la marcha de los negocios…

Bruselas no atinó a opinar sobre el tema y se limitó a reiterar su solidaridad y condolencia con el comediante de la calle Bánkovskaia. En la OTAN, su secretario general, el contador Ien Stoltenberg que pretende dirigir el banco central noruego, se franqueaba diciendo que “una victoria de Rusia significaría una derrota de la OTAN”… Nada más apropiado que este reconocimiento. Una franqueza que incluso fue aplaudida por el irónico Dmitri Medviédev, vicepresidente del Consejo de Seguridad ruso y despiadado observador en su cuenta de twiter.

Las recriminaciones del comediante de Kíev, desesperado por empujar al mundo al apocalipsis nuclear con tal de salvar su puestito bajo el otoñal sol oriental (o como mucho polaco), provocaron inclusive el reto del anciano ocupante de la Casa Blanca que, preocupado por lo que se le viene en las elecciones de medio término del 8 de noviembre, le solicitó que bajase el tono de las exigencias porque de otra manera no podría mantener el flujo de finanzas abierto. Algo que ya le llevó casi 20.000 millones de dólares. En el sur norteamericano condenan al balbuciente inquilino de la presidencia y le exigen que deje de financiar al cómico y derive los recursos para restañar los daños del huracán Ian.

Mientras tanto, una Moscú que destroza pimpante los intentos del Departamento de Estado por aislarla internacionalmente, asiste a innumerables cumbres de los nuevos centros del mundo multipolar y acuerda con sus socios árabes toda la política mundial de hidrocarburos. En los EE.UU. y en Europa, castigados por una indomable inflación, reaccionan dolorosamente ante esta sociedad, con la certeza de que no habrá límite de precios para el petróleo y para el gas, más que los que marque ese mercado que tanto y tan celosamente defendieron.

En una semana, Putin definió el panorama energético planetario con los líderes de Arabia Saudita, Emiratos y Qatar. Y todavía le quedó tiempo para presidir la semana energética mundial en su natal San Petersburgo, donde calificó de absurda la política energética europea que se priva de la provisión rusa (“la más barata”, garante durante décadas de ese bienestar europeo según el incoherente Joseph Borrell, encargado de la política exterior de la UE) y condena a helarse a todo el Viejo Continente.

En Astana, capital kazaja, esta confirmación de la marcha del proceso de consolidación del nuevo orden multipolar, obtuvo una enorme evidencia. En la cumbre de la CICA (la Conferencia de Interacción y Edificación de Medidas Confidenciales en Asia), con sus treinta años de vida, los líderes de 27 países de Europa, Asia y África, incluyendo sorprendentes miembros como Corea del Sur o Israel, lanzaron el proceso de transformación de la Conferencia en una “organización internacional de pleno derecho”. Los participantes, liderados por Rusia, China, la India, Irán y Turquía, definieron así sus metas: “ Visualizamos a nuestra organización como una contribución al crecimiento económico, la conectividad, el desarrollo social y cultural dinámico, equitativo, integral y equilibrado de sus Estados Miembros. Fortaleceremos nuestro trabajo colectivo dentro de nuestra organización para buscar soluciones conjuntas a nuestros desafíos comunes del siglo XXI hacia una región segura y próspera y buscar la solución pacífica de controversias de conformidad con la Carta de la ONU”.

En Washington, obviamente, toman nota de esta cumbre y otras no menos resonantes como la reciente de la OCSh (Organización de Cooperación de Shanghái). Y también de las maniobras militares conjuntas de sus miembros, como las recientes navales de China, Rusia, India e… Irán.

Agréguese a este menú, en consonancia con los objetivos antedichos, el reciente XX Congreso del Partido Comunista chino que confirma en un histórico tercer período a su secretario general y presidente del país, Xi Jinping y advierte a los EE.UU. sobre la absoluta pertenencia de Taiwán a China y la total determinación de defender este status inclusive con acciones militares.

Como si esto fuera poco, el Grupo BRICS inicia un proceso de admisión de nuevos miembros entre estados que hacen cola por sumarse (la Argentina e Irán en primer lugar) y define las condiciones que habrá que cumplir para alcanzar esa inclusión. Entre ellas, el respeto por la autonomía e independencia de sus participantes, la plena observancia de la solidaridad y cooperación entre sus miembros y con los demás países emergentes, la concordancia y consolidación de sus objetivos comunes.

¿Qué ofrece el bloque anglosajón que hegemoniza lo que malamente se conoce como “Occidente”? Ninguna otra cosa que ciega obediencia a los designios unipolares de Washington.  Sus principales (con perdón) líderes, empero, no la están pasando nada bien. Joseph “Joe” Robinette Biden Jr, el anciano detentador de la presidencia norteamericana y Mary Elizabeth “Liz” Truss, la increíblemente obtusa británica ocupante de Downing Street 10, ven cada vez más reducida la endeble plataforma en la que se sustentan. Aquejados ambos por una galopante crisis económica, jaqueados políticamente por propios y ajenos, están más preocupados en no seguir cometiendo furcios y gafes que en definir concretas líneas de acción estatal.

El bloque hegemónico sólo pide a sus todavía socios mayor obsecuencia y menos pensamiento independiente. Las contradicciones internas carcomen cualquier intento de imposición de estos dictados y los hace enfrentar con mayores estallidos de desobediencia, a excepción de las incondicionales Canadá y Australia, que siguen actuando como si el mundo se hubiese detenido en los años 50 del siglo pasado.

Se cumplen 60 años de la crisis del Caribe. Nunca antes ni después el mundo estuvo tan al borde del cataclismo nuclear. La solidez de los dos campos enfrentados permitió que se impusiera el raciocinio y todos se alinearan en torno a los acuerdos de distensión, aceptados tanto por el norteamericano John Kennedy como por el soviético Nikita Jruschov. Hoy, el desbalance es notorio. Mientras ese nuevo mundo multipolar sigue firme en sus propósitos de solidaridad y cooperación, el deshilachado sistema unipolar evidencia alarmantes fallas de control y autoridad.

En su intento por evitar el colapso, el bloque unipolar apunta a contener, en nuestro continente latinoamericano, la consolidación de los lazos con el nuevo orden multipolar. Intenta acometer un nuevo “desembarco de Colón” e imponer, más con la espada que con la cruz, el distanciamiento de nuestros países de esta flamante realidad internacional. Entre otras maniobras, reposicionando la OEA como un nuevo reducto virreinal y reiterando el poder de sus acreencias y dictados financieros.

América Latina se encuentra en un proceso superador de estas imposiciones. Terminará de cerrarse con el previsto triunfo de Lula en la segunda vuelta electoral. Nuestro continente, sin guerras ni conflictos de ninguna clase, con su enorme potencial de recursos humanos y materiales, es un socio ideal para este nuevo mundo en camino a su consolidación. México, Venezuela, Colombia, Brasil, Chile, Argentina, Bolivia, entre otros, conforman la base de esta sociedad. Están en condiciones de aportar a ese nuevo orden internacional todo su potencial y toda su inteligencia. Y defender su integridad ante los dictados hegemónicos.

Nuestros pueblos, obviamente, conocen la historia y asimilan sus experiencias. No permitirán una segunda “conquista” y una segunda “colonización”. Tenemos una identidad propia, objetivos auténticos y prioridades nacionales y regionales. Las nuevas organizaciones regionales aguardan la integración de nuestra CELAC, de nuestro MERCOSUR y de nuestra Comunidad Andina. Será un camino complejo, inédito y no lineal. Pero ese es nuestro camino y hay que recorrerlo. De eso se trata.

El punto crítico…

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  • Fuente: Telam

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