La escritora docente y crtica portea Elsa Drucaroff Foto Julin lvarez
La escritora, docente y crítica porteña Elsa Drucaroff. (Foto: Julián Álvarez)

En su nuevo libro «Fémina infame», la escritora Elsa Drucaroff agrega una nueva disputa a la obra de Roberto Arlt -que a lo largo del tiempo ha sido en ocasiones impugnada por la derecha y venerada por la izquierda- detectando conflictos de género que nunca se leyeron en el autor de «Los siete locos», porque como dice la investigadora «el feminismo es una ideología política que alumbra absolutamente todo de otro modo».

Esta nueva obra de Drucaroff, publicada por la editorial Letras del Sur, muestra la permanente vigencia de los clásicos, en este caso de los textos de Arlt, autor de «Los siete locos», «Los lanzallamas» o «El jorobadito». En este caso, la autora de «Los prisioneros de la torre» lee la obra desde el punto de vista del feminismo y detecta con su desnudez en la prosa arltiana el trato de la mujer desde el patriarcado.

La escritora y ensayista explica a Télam que en 1920, cuando fueron gestados estos libros, el feminismo no estaba fuera de su época. Por ese entonces ya había habido dos olas de lucha feminista organizada: «La primera alrededor de la Revolución Francesa, con Olympe de Gouges que termina guillotinada. La segunda, durante la Revolución Rusa y en Inglaterra, donde está en pleno auge en 1929, año de ‘Los siete locos’ pero también de ‘Un cuarto propio’, de Virginia Woolf», sitúa la escritora nacida en Buenos Aires en 1957.

«Arlt habla con burla de escritoras ‘feministas’ en ‘Escritor fracasado’. Alfonsina Storni era feminista. Y Salvadora Onrubia. Y Victoria Ocampo«, se explaya Drucaroff acerca de algunas autoras contemporáneas al narrador y cronista. Y agrega: «Pero incluso si no hubiera existido el feminismo, leer a Arlt desde ahí es imprescindible. Sería como decir que no se puede leer desde el marxismo ‘El Quijote de la Mancha’ porque Marx no había nacido. ¿Tiramos a la basura la lectura marxista de Shakespeare y Cervantes que hace Arnold Hauser en »Historia social de la literatura y el arte? Así como las clases sociales atraviesan la historia, también el conflicto de géneros atraviesa la historia, no con menos importancia. El feminismo es una ideología política que alumbra absolutamente todo de otro modo. Mira desde los intereses de más de la mitad de la humanidad», explica.

Roberto Arlt 19401942
Roberto Arlt (1940-1942)

-Elsa, ¿se puede desdoblar en el estudio desde el punto de vista feminista la figura de escritor de Arlt y las de sus personajes, o son un conjunto?

-La ficción siempre se debe desdoblar de las personas que la crean. La ficción es un espacio para la elaboración de traumas sociales y personales, para la libertad de la imaginación. Una coartada donde se puede imaginar impunemente cualquier cosa.

Lo que yo leo en la obra de Roberto Arlt no es un problema personal, es un problema social y político que va mucho más allá de la persona. No se trata de hacer un juicio moral, ni sobre esa literatura ni sobre Arlt. Se trata de ver cómo aparecen ahí los conflictos de género y los conflictos de clase. Por suerte en Arlt no aparecen disfrazados con versiones políticamente correctas, sino en su desnudez, en su crueldad, precisamente porque la libertad de la ficción, cuando hay talento, hace retroceder a la hipocresía. Si la ficción y sus personajes no se desdoblara de las personas, habría que meter preso a Dostoievski por apología del asesinato en «Crimen y castigo». El arte es el espacio de la libertad y la imaginación.

-¿Las mujeres no ocupan un lugar central en el patriarcado?

-Yo creo que Arlt le da un lugar central a las mujeres. Muchas ficciones suyas se centran en la paranoia contra las mujeres. Las coloca como un verdadero tormento de los hombres. Suegras y novias conspiran para encarcelarlos en la obligación de trabajar y mantener una familia.

En general, las mujeres son fundamentales para el patriarcado. En «Un cuarto propio», Virginia Woolf se asombra por la cantidad de heroínas literarias y pictóricas, el número de libros que los varones escribieron sobre las mujeres. Los hombres se la pasan llenando de palabras a las mujeres, imponiéndonos quiénes somos y por eso infamándonos. Por eso el anagrama «Fémina Infame». Están obsesionados por nosotras.

-¿Entonces son importantes para el patriarcado?

-El problema no es que no les importamos al patriarcado, sino que nos pone en un lugar central para que los hombres se definan como los superiores. Para que ellos tengan pene, las mujeres tienen que «no tener nada», es un sistema que define a la mujer por ser «la que no», un «agujero», lo que es un disparate fisiológico. Tenemos una genitalidad muy compleja que entra al cuerpo. «Agujero» hay cuando abro la boca y entra aire. Nadie dice que el esófago o el estómago son agujeros. Ninguna mujer siente que entre aire por su vagina y además la vulva es mucho más que la vagina. Pero para que los hombres «tengan» algo, hay que afirmar que las mujeres «no tienen». Somos el cero, el cuerpo defectuoso y débil, el otro sexo, para que haya del otro lado un sexo que se imagine pleno. Esto lo descubrió (la filósofa y psicoanalista) Luce Irigaray hace mucho: la mujer es central en el patriarcado.

-¿Cómo son esos personajes femeninos escritos por hombre?

-Los personajes femeninos escritos por hombres tienden a llenarse de significados que no son nuestros y a no ser personas, sino objetos o madres. Las mujeres tienen una aparición importantísima en la literatura pero lo que importa es su belleza o su falta de belleza, su disposición al sexo o su falta de ella; si son sujetos es porque son madres.

-¿Pero no hay escritores hombres que hagan entrar a las mujeres a sus ficciones como personas?

-Pocos. En el último tiempo tal vez haya más, porque han cambiado algo las cosas y creo que algunos escritores se han hecho algunas preguntas. Pero durante todo el siglo XX y entrado el XXI me cuesta encontrar escritores varones que construyeron personajes femeninos interesantes. Por supuesto, Manuel Puig, que tiene magníficos y profundos personajes femeninos. También Marcelo Cohen. No se me ocurren muchos más. Borges en «Emma Zunz», quizá sea lo más parecido a un personaje femenino interesante, pero toda la subjetividad de Ema pasa por honrar a un hombre, su padre.

-¿Cómo es en el caso de Arlt?

-En la narrativa de Arlt, Hipólita y la Coja, de «Los siete locos», y Ester Primavera, del cuento «Ester Primavera». Ante ellas, el protagonista hombre admite que tal vez no sabe quiénes son, que ellas saben cosas que él no sabe. A las dos les dedico capítulos en mi libro. A Ester Primavera, el narrador la castiga por eso, quiere destruirle la vida; a Hipólita, la prostituta, termina expropiándola de su dinero (su autonomía) y neutralizando su sexualidad, la hace entregar su plata a un castrado y escapar con él. La Coja está escrita con paranoia feroz por el poder que tendría una prostituta de expoliar a los hombres, sacarles plata, semen, fuerza. Trabajo eso en el capítulo de mi libro «Teoría del mal menor».

-¿Cuáles son las claves para que las escritoras puedan mostrar quienes desean ser y no ser las que los hombres desean?

-El problema no es de las escritoras, es de todas las mujeres. Tampoco creo que la cosa pase por mostrar quiénes deseamos ser, se trata de pensar y vivir según eso. No hay por qué mostrarle nada absolutamente a nadie. No sé si tengo las claves, sí sé que hay que construir un vínculo nuevo entre mujeres, las que tienen vagina y las que no. Amoroso, de solidaridad y compañía, mutua aceptación y comprensión. Hay que romper las barreras patriarcales que nos convencen de que competimos entre nosotras, para eso hay que superar la tremenda, suicida tentación, que tenemos todos los grupos oprimidos de identificarnos con los opresores.

-¿Con los cambios de los últimos tiempos las mujeres pudieron encontrarse entre sí?

-Con esta ola feminista tal vez estemos aprendiendo a amarnos aunque también se ve que no es un camino fácil. Creo que la clave está en ese encuentro. En lugar de mirarnos en el espejo teniendo en los ojos a un hombre que juzga nuestra panza tenemos o si somos deseables o no, por ejemplo, en lugar de mirarnos entre nosotras con la mirada colonizada masculina, la propuesta sería tomar como espejo a otra mujer, a otra oprimida, de una manera profunda, existencial. Ser capaces de solidarizarnos y encontrarnos para pensar entre todas quiénes somos, no qué dicen ellos que debemos ser. Porque el patriarcado nos quiere aisladas, nos convence de que si sufrimos es porque estamos locas o somos histéricas. Hay que salir de esa autodesvalorización apoyándonos entre nosotras. Es un ejercicio que se hace crítica y políticamente. Parte de él es leer las ficciones escritas por hombres para no aceptar sin crítica lo que lee la perspectiva masculina en la literatura, leer con ojos críticos de mujer.

-¿La literatura tiene que ser feminista?

-La literatura no tiene que ser feminista, puede ser de la ideología política que quiera, puede contradecirse y ahí incluso es más rica. La crítica en cambio siempre asume, lo reconozca o no, una posición política. Estoy por una crítica feminista, no una literatura feminista. Lo interesante son las discusiones que podemos dar desde la crítica, trabajando las obras.

Fuente: Telam

Por admin

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