Hay un texto de Eduardo Galeano: Los adioses, se llama. Galeano cuenta que un día estaba en la costa catalana y la playa amaneció cubierta de nieve, el sol en lo alto. «Era muy raro que nevara en la playa”, escribe. Él nunca había visto cosa semejante. Y solo algún viejo vecino del pueblo podía recordar algo parecido, pero de tiempos muy remotos.
El Muñe, un ciclo irrepetible.
Galeano relata que contempló aquello como se contemplan las cosas únicas e irrepetibles. Pero que, en un momento, llegó lo inevitable: la hora de irse. Y tuvo que decirle adiós a ese hermoso paisaje. Entonces, quiso despedirse de «esa blancura radiante” con algo que estuviese a la altura de lo antes nunca visto. Pero que no pudo, no lo logró, no supo qué decir ni cómo en esa despedida de algo tan bello. Se sabe: pocas cosas más difíciles en la vida que los adioses.
Recuerdos inolvidables de Gallardo
Ahí está el hincha de River: ha sido testigo de algo único, irrepetible, su propio amanecer en una playa cubierta de nieve, el sol en lo alto. Solo algún viejo de la tribuna ha podido recordar algo parecido, pero de tiempos muy remotos, los años de Minella o de Labruna…
Generaciones de chicos y chicas crecieron con Marcelo Gallardo como técnico de River. Nenes y nenas que hoy tienen 10, 11, 12 años, no conocieron a otro entrenador. Es increíble, es real. Y es por esto, y por tantas otras cosas, claro, que Gallardo ha sido mucho más que un técnico de fútbol para River. Atravesó años, épocas, generaciones, revoluciones, cotizaciones del dólar, presidentes de la AFA y presidencias de la Nación, reyes y reinas, epidemias y pandemias, novedades tecnológicas y atravesó, principalmente, toda lógica en el fútbol argentino.
Recuerdos inolvidables de Gallardo
Así, nació una misa, una comunión entre el Muñeco y la gente. Era salir al campo del Monumental, caminar hacia el banco (su banco, su lugar) y que el estadio estallara con el “Muñeeeeeeco, Muñeeeeeeeco”. Y que él saludara, que alzara la mano y sonriera. Y en ese momento, al margen de la posición de River en la tabla, todo estaba en paz: el mundo -riverplatense- tenía sentido. Porque más allá de títulos, de copas y trofeos en las vitrinas, más allá de atravesar épocas y modas y cotizaciones del dólar, Gallardo consiguió lo imposible en el fútbol: trascender a los resultados. Logró el milagro de que, para un club de fútbol, y sobre todo un club del fútbol argentino, perder no fuera una catástrofe. Ante cada derrota, la tranquilidad del hincha era decirles a los otros, o así mismo: “Tranquilidad, está el Muñeco, algo va a inventar”. Y lo hacía. El Muñeco lo hacía. Eso de inventar. Nadie puede decir bien cómo ni con qué, pero lo hacía.
Hinchas de River esperaron el jueves la salida del Marcelo Gallardo en el Camp Ezeiza donde se entrenó el plantel.
En este adiós habrá que marcar que, como el Bilardismo, el Menottismo o el Bielsismo, el Gallardismo existe. Se define por la claridad en el mensaje, la convicción, el creer siempre, ese ser intensos hasta en los fútbol-tenis de los entrenamientos, la mentalidad ganadora, el promover pibes, pero, y sobre todo, el Gallardismo no es otra cosa que cumplirle todos los sueños al hincha de River. Sí, eso es.
Costará no verlo sentado en el banco. Será muy raro para los hinchas ir al Monumental y que no esté. Ahora permanecerá en los récords, los tatuajes, los abrazos, las banderas, las remeras, en los imanes de las heladeras; en las historias de tantos millones de anónimos y en cada 9 del doce; estará todavía asomándose durante largas noches debajo de la cama de los hinchas de Boca, aparecerá en los cantitos del Monumental y en los ecos de tantas de ovaciones.
Recuerdos inolvidables de Gallardo
El Muñeco se va. Quedan sus milagros: ocho años y medio de un ciclo que parece imposible, como una playa cubierta por la nieve, el sol en lo alto y esa sensación de que todo ha sido único e irrepetible. ¿Quién sabe qué decir en este adiós? Difícil despedirse con algo que esté a la altura de lo nunca antes visto.
Fuente: Olé