Del “River va a recuperar su historia” al “fue una historia hermosísima” pasaron ocho años, cuatro meses y siete días, 3.051 puestas de sol. Parece una vida. Pero es bastante más que eso: es la eternidad.

El ciclo de Marcelo Gallardo en River se interrumpirá en poco más de una semana pero sólo en un plano temporal, en el más superficial de ellos: en otro, que tiende a infinito, ya no podrá terminar y por eso encerrar esta era en una celda de unidades de tiempo se advierte no menos perezoso que impreciso.

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En todo caso, el mandato del Muñeco tuvo más comienzos que finales. El inicio de aquel 6 de junio de 2014, el Big Bang con epicentro en la capital de España para hacer estallar en mil pedazos el fútbol y crear su propio universo y un final terrestre pasado el mediodía del jueves en el SUM del Monumental. ¿Por qué se fue el hombre para que a partir de ahora solo quede la leyenda? La respuesta probablemente esté contenida en la misma pregunta: porque es un hombre, de carne y de agua y de huesos y de otras cosas que tienen los hombres. Una de ellas es el cansancio.

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Alguna vez en la intimidad de una pretemporada, Marcelo Gallardo le contó a este medio que para él un par de años como técnico de River habían sido como diez en cualquier otro lado. Hoy, a más de ocho o cuarenta años de asumir, el desgaste terminó de hacer mella. Pero no únicamente en él, sino también en sus colaboradores más directos: Matías Biscay y Hernán Buján no sólo fueron los primeros en conocer la decisión de su amigo y líder de grupo sino que también tuvieron participación en las charlas que se sucedían desde hace un mes y que derivaron en un adiós que cayó como un baldazo de agua helada en el club.

Madrid, la gloria eterna para Gallardo.

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Más allá de que era un escenario posible y de que pasadas unas horas del anuncio desde la CD aseguraron por lo bajo que el Muñeco les había comunicado su decisión de manera privada y con reserva hace ya algunos días, en el último tiempo ningún directivo era pesimista respecto al futuro de MG al frente de la estructura de fútbol. Al contrario: aunque nadie tomaba como guiños ni el diagrama de la próxima pretemporada ni los primeros apuntes de nombres para buscar en los próximos mercados sino como parte de las obligaciones del día a día del cuerpo técnico, la mesa chica lo notaba enchufado al deté, entusiasmado. Y de hecho lo estaba: Gallardo no se quiso ir de River, nunca quiso hacerlo. Su gestualidad, la tristeza con la que se despidió al borde de las lágrimas es la de un tipo que esta vez dejó que la razón le ganara al corazón.

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Es que si el técnico no se fue a fines del año pasado fue por ese sentimiento tan difícil de controlar: ya en diciembre de 2021 la sensación de MG era la de un tipo que dio todo, en sus propias palabras, y que merecía darle un cierre a su obra. Y si en aquella oportunidad no le puso un fin a su ciclo fue en buena parte porque lo convencieron personas muy cercanas, y especialmente un plantel entero que le pidió continuidad a los gritos. Acaso esta vez haya sido distinto y el Muñeco haya visto que la falta de energías era también la de sus futbolistas y su equipo de trabajo.

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Por lo demás, un año en el que el equipo no le respondió y un contexto del fútbol argentino que tiende a nivelar hacia abajo por el escenario económico poco competitivo, por el formato y calendario de los torneos que van a contramano de la lógica y hasta por el nivel del arbitraje, fueron más que un par de granitos de arena que se fueron sumando al desgaste propio y ajeno.

Después del partido contra Platense que selló la clasificación a la Copa Libertadores 2023, Gallardo se quedó un buen tiempo reunido con Jorge Brito para anunciarle, a manera informativa, que al día siguiente haría pública su decisión de no renovar un contrato que la CD quería extenderle por tres temporadas hasta el final del mandato de JB.

Los candidatos a suceder a Gallardo.

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A partir de allí, antes de llegar a la sala de conferencias acompañado por el presidente, por un Matías Patanian emocionado y por su gran ladero que siempre fue Enzo Francescoli, Gallardo habló con el jefe médico del equipo y persona de su extrema confianza, Jorge Bombicino, para que se comunicara con los capitanes en el chat con los referentes del plantel y que así de manera simbólica el colectivo de los jugadores no se enterara por los medios. Unas horas más tarde, en el predio de Ezeiza, lo hablaría personalmente con ellos. De cualquier forma, y más allá de una exigencia que sienten en primera persona, fue un golpe para todos y una sorpresa: muchos lo sienten como un padre; otros, más grandes, como un amigo.

Ahora vendrán un par de partidos para cerrar el año que incluso podrían anexar una final con Boca si River saliera segundo de la Liga y después… Después, dicen los que más lo conocen, se tomará un descanso de al menos seis meses que incluirían el viaje a ver el Mundial de Qatar con sus hijos. Pasado ese tiempo prudencial se sentará a escuchar ofertas que por estas horas empezarán a lloverle, tanto o más que durante los últimos años.

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La despedida con la gente que este jueves se agolpó primero en el Monumental y después en el River Camp para expresarle su amor, para pedirle un autógrafo y en algunos casos para rogarle que replantee su postura y se quede, será este domingo en Núñez contra Rosario Central: un partido que no revestía demasiadas expectativas y que de un momento se transformó lógicamente en un evento histórico. Tal vez, en todo caso, haya una oportunidad más para saludar a la leyenda dependiendo de su periplo qatarí: el 9 de diciembre. De mínima, ese día se descubrirá su estatua de bronce y de más de siete metros de altura que custodiará la puerta del Museo al lado de Angelito Labruna.

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Ése es el lugar que se ganó Gallardo en estos años: sentarse en la misma mesa del Feo, uno de los ídolos fundacionales de la vida del CARP. Recién a partir de ahora el técnico podrá empezar a hacer lo que hasta aquí no se concedió a sí mismo: mirar hacia atrás, entender su ciclo con perspectiva histórica. No haberlo hecho pudo haber sido también parte del secreto, ése por el que nunca se permitió ni les permitió a los suyos dormirse en los laureles ni desinflarse en las derrotas e ir siempre por más.

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Allí verá el Muñeco qué es lo que hizo, repasará los capítulos de esta serie que tuvo tanto que podría funcionar perfectamente como una especie de Biblia del director técnico, una guía para la vida de la que aprendió él y aprendieron todos los contemporáneos. Una que tuvo la gloria eterna, el predominio internacional más largo que haya tenido este gigante en estos 121 años por el que se ganó el respeto y hasta el temor de todo un continente o la nueva y más increíble paternidad sobre Boca. Con episodios que nunca nadie se animó a soñar empezando por aquella final de Madrid que desbloqueó en el hincha un nivel de felicidad desconocido y siguiendo por distopías tales como jugar un clásico casi sin jugadores, hacerlo sin suplentes y con Enzo Pérez al arco en un partido decisivo (y ganarlo), lidiar con casos positivos de doping, con todo tipo de lesiones graves, con decisiones que tampoco están en los manuales como gestionar la carrera de sus propios hijos, o seguir laburando después de la pérdida de uno de sus seres más queridos.

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La estructura que dejó en funcionamiento representa otro formato en el que Gallardo perdurará en el tiempo, porque el Muñeco no sólo respetó el ADN histórico de River sino que lo mejoró, lo hizo previsible con una metodología de trabajo. Desde siempre él fantaseó con que el día en el que se fuera del club dejaría la máquina funcionando para que, al contrario de lo que se dice desde ayer en la calle, a su sucesor no se le haga difícil la faena.

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Aunque más allá de las bases en el fútbol profesional y juvenil, de la infraestructura en el predio de entrenamientos y en el estadio, de las ventas millonarias y de los títulos que reventaron las vitrinas del Museo, el principal legado que deja Gallardo en el club es la credibilidad. La gente tenía con qué creer básicamente porque todos, desde los jugadores o dirigentes hasta los utileros, creían en Gallardo: el círculo virtuoso que dibujó el técnico a partir de La Verdad no tiene ni tendrá precio.

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Ésa, La Verdad, es la que hace que hoy pueda irse “en paz” y la que en estas ocho temporadas eludió las mezquindades de las que está desde siempre y cada vez más empapado el fútbol argentino. Para Gallardo, al contrario de lo que sucede en el imaginario futbolero argento, siempre valió más la ilusión por ganar que el miedo a perder, al punto de que tal vez haya sido uno de los pocos entre decenas de millones de personas que hace casi tres años quería sinceramente jugar esa final contra Boca. Para nosotros es un loco, para él los locos somos nosotros. Y tiene razón.

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Los que pensaron que un mal año como fue sin dudas este 2022 en el que se notó su frustración iba a significar automáticamente la renovación de su contrato porque el Muñeco y su ciclo merecen irse ganadores no entienden ni entenderán su lógica ni su forma de vivir: Gallardo no es como el resto, está bastante más allá del diálogo de café que últimamente se pasó a las redes sociales y también a la prensa, no piensa en esos términos la victoria y la derrota. Por eso no se fue ni a fines del año pasado ni después de aquella noche de gloria en el Bernabéu.

Porque “no hay nada más que esto”, pero el horizonte para Gallardo siempre fue un peldaño más. Porque buscó perfeccionarse y perfeccionar una idea que al año lo encontró otra vez en una final de Copa Libertadores.

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Hoy no hay nada más. Hoy el hincha empezará a hacer un duelo que será difícil, que traerá momentos de melancolía por los años más felices pero que sobre todo generará una sensación de desamparo, porque Gallardo siempre fue un papá que llevó a los hinchas a cococho, que les mostró el mundo, que trabajó mientras ellos dormían. Fue la seguridad de que con él todo va a estar bien incluso cuando todo parezca medio mal. “Nací para esto”, spoileaba secretamente ese 6 de junio en el que asumía un desafío para el que se había preparado durante años.

De allí, a la eternidad.

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Fuente: Olé

Por admin

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