En los años posteriores a la independencia se impulsó la creación y circulación de periódicos y gacetas, siendo la década de 1820 la explosión de estos formatos hasta el momento novedosos. Pero si bien la mujer no parecía ser destinataria ni creadora de ninguna de estas publicaciones, había una que tenía un nombre curioso: Doña María Retazos (1821).
En tiempos donde la mujer todavía estaba excluída de la vida pública, Doña María Retazos sugería, en su primer número, estar escrita por la mujer que titula a la publicación, y buscaba aportar un punto de vista femenino -algo cuasi inexistente en las publicaciones de la época-, a veces satírico, a veces poético sobre la actualidad sociopolítica.
Este periódico no estaba orientado específicamente a mujeres ni tocaba las típicas temáticas que hoy podríamos pensar como “femeninas” en el siglo XIX. El sesgo era claro: María Retazos estaba en contra de las reformas rivadavianas. Pero esta primera persona apócrifa, este punto de vista explicitado, estaba en verdad llevado adelante no sólo por un hombre sino un cura: el controversial Padre Francisco de Paula Castañeda, nacido en Buenos Aires en 1776.
Este personaje, marginal aunque fascinante dentro de la historia literaria y periodística argentina, tuvo la particularidad de ser quien pronuncia los dos sermones que celebraron el triunfo de Buenos Aires luego de las invasiones inglesas. Un cura renombrado y querido pero acérrimo opositor al gobierno. En el momento de Doña María Retazos, Castañeda era identificado como uno de los principales enemigos de Rivadavia por su explícita oposición a su reforma eclesiástica y su enorme capacidad de producir y difundir palabra: entre 1819 y 1829 funda, produce, dirige y comercializa 14 periódicos, muchos de publicación simultánea e interrelacionada. Y todos aquellos de fuerte impronta combativa.
Doña María Retazos contó con 16 números. El primero data de 1821 y el último se publicó el 1 de agosto de 1823. Con una periodicidad solo interrumpida por la censura, Doña María Retazos agotaba todas sus tiradas. Para el momento del lanzamiento de éste último número, Castañeda ya estaba exiliado en Montevideo, obligado al destierro por la Junta Protectora de la Libertad de Imprenta.
Contexto histórico
En los años posteriores a la caída del régimen colonial, Argentina entera es un campo de batalla tanto literal como metafóricamente. Los vaivenes de la guerra, los enfrentamientos entre caudillos en las diversas provincias y Buenos Aires, los coletazos del colonialismo, las dificultades de la implementación del modelo ilustrado que se pretendía que reemplace la estructura colonial que todavía se sostenía, forman parte del trasfondo de este campo de contiendas.
Castañeda, patriota recalcitrante, estuvo inicialmente muy alineado a los valores revolucionarios: pero comenzó a correrse al ver la impronta “cipaya” (europeizante y norteamericana) y la progresiva subordinación de la iglesia al estado que acarreaba el proceso.
La reforma eclesiástica que Rivadavia había planteado y a la que Castañeda se opuso con tenacidad, entre otras medidas, proponía una política regalista y modificó la organización de la Iglesia católica por la que suprimió el fuero eclesiástico, eliminó el diezmo, encargó al Estado provincial bonaerense el costo del culto y expropió los bienes inmuebles y rentas de los conventos que fueron suprimidos.
También en 1923, Rivadavia -entonces Ministro de Gobierno de Buenos Aires- creó La Sociedad de la Beneficencia (también conocida como Sociedad de Damas de Beneficencia). Éste determinaba a la educación e instrucción de las mujeres como una parte fundamental del desarrollo de la República.
Así, las tareas de cuidado de los pobres y vulnerables anteriormente reservadas a la Iglesia Católica pasarían a manos de mujeres de la alta sociedad que integrarían este organismo. Estas mujeres también estarían a cargo de la educación de las niñas, quiénes anteriormente quedaban por fuera del sistema escolar. Pero las mujeres, hasta ese momento excluídas de la educación, el trabajo formal y la participación política, no contaban todavía con las herramientas suficientes para ocupar estos roles.
La pregunta por la educación y la participación de la mujer era por esos años obligatoria. Porque la ilustración se la hacía, y porque se necesitaba más consenso, así como mujeres que cumplieran con estos nuevos roles de cuidado que la iglesia había dejado vacantes. Se buscaba, entonces, que la mujer fuese parte de la vida pública en la justa medida que favoreciese al nuevo régimen que se estaba instalando no sin dificultades: pero que a su vez siguiera perpetrando su rol históricamente asignado sobre el que la sociedad se yergue, el de mantener las tradiciones, ser guardiana del hogar y la familia.
Estas preguntas sobre cómo integrar a la mujer a la vida pública, cómo educarla y darle participación, toma a la mujer no como parte orgánica de la sociedad sino como “un otro”, un objeto de estudio por parte de los eruditos. Según reflexiona Cristina Iglesia en su capítulo “Matronas comentadoras y doñas escribinistas: la disputa por la inclusión de las mujeres en la segunda década del proceso revolucionario en el Río de la Plata” del libro «Dobleces: Ensayo sobre Literatura Argentina», centrado en la figura de Castañeda, esta mirada no es más que un reflejo de cómo Europa miraba al americanismo.
Doña María Retazos
¿Por qué querría un cura, en un período donde las mujeres tenían nula participación en la vida pública y ni hablar en la política, donde no circulaba prensa escrita por mujeres, asumir la posición enunciativa femenina para expresar sus ideas políticas?
Para De Paula Castañeda, entonces, la elección de una vocera femenina suponía varias ventajas: en principio, cooptaba a un público femenino desde la figura de Doña María Retazos, pero también había un guiño a los lectores hombres a través de personajes femeninos algo ridículos pero amenazantes, y peligrosamente próximos, como las matronas comentadoras. También Castañeda ve en las mujeres el capital de unir a una sociedad que se resquebraja y de conservar aquellos valores cristianos que ve en decadencia.
El periódico no estaba narrado desde un punto de vista único sino que consistía en una serie de epístolas, comentarios y conversaciones. Castañeda encarnaba, por lo tanto, no una sino varias identidades ficticias en su publicación. Éste ida y vuelta de puntos de vista, no siempre explicitados ni delimitados, otorgan una cualidad casi oral a la escritura en Retazos.
“Castañeda adopta la fórmula de la escritura múltiple, simultánea y a varias voces: matronas y doctores, señoras y señores, emponchados y tinterillos discuten de igual a igual en sus periódicos. La ironía es su arma y la utiliza para reforzar algunos puntos
fundamentales de la cultura establecida y para socavar los intereses más preciados del grupo ilustrado. En el uso a la vez subversivo y conservador de la ironía se encuentra uno de los efectos más iluminadores de la prosa de Castañeda, un uso que el autor defiende apelando a las autoridades máximas como el Evangelio y aún el mismo Cristo”. (Dobleces: Ensayo sobre Literatura Argentina, Cristina Iglesia).
La premisa es que no hay palabra válida más que la de Dios, y por lo tanto, a través de Doña María Retazos, el cura se ocupaba de desvalorizar la palabra de la creciente clase ilustrada argentina que, según su óptica, “plagiaba” intelectuales y autores franceses, ingleses y norteamericanos. Las enseñanzas morales se colaban, entonces, a veces de manera explícita, a veces camufladas en forma de chiste o anécdota.
Siguiendo esta misma lógica, las palabras mismas de María tampoco eran suyas: “Yo me llamo Maria, porque ese fue el nombre que me pusieron en la pila, y el apellido Retazos, no lo derivo de mis antepasados sino de los retazos que componen mis panfletos”, reza el ejemplar número 1 del periódico.
Esta señora ficticia, fiel a su época, no se reconocía como autora: precisamente, las autoras mujeres, las pocas que había, solían hacer el camino opuesto a Castañeda y firmar haciéndose pasar por hombres. María tomaba su apellido de aquellos panfletos escritos por otros que supuestamente ella compilaba: no se hacía cargo de sus palabras más sí de su selección. En esto se escudaba para denostar políticos, caudillos y al estado argentino, cada vez más laico.
“(…) los retazos que compondrán el ramillete de mis números serán lo escogido de la elocuencia española, lo sublime de la religión que hemos heredado de nuestros mayores, lo fino de la política y de la filantropía en que muchas veces ha prorrompido la verdadera virtud castellana, virtud que hemos sabido conservar los americanos para fermentar virtuosamente y emanciparnos noblemente” (Doña María Retazos, ejemplar número 1).
Estos personajes ficticios funcionaban como interlocutores y también como canal de expresión de las poblaciones rurales y la gente humilde, así como de los devotos a Dios y aquellos que se sintieran ultrajados por los valores ilustrados postcoloniales que se buscaban instaurar separando las instituciones estatales de la iglesia.
En su forma de comunicar buscaba contener a ambas esferas, intercalando juegos de palabras y coloquialismos con frases en latín y citas a textos eruditos; esta era una forma también de interpelar al enemigo, de volverse legible para ellxs también, de demostrar que las personas que se les oponían no eran culturalmente “inferiores” ni requerían de ser “iluminados” o “culturizados” por estas élites ilustradas. Dio forma, en un gesto no poco audaz en aquellos años, a una supuesta mujer que se encuentra encerrada en su casa pero que entiende y puede ser parte -aunque no con las mismas herramientas ni el mismo uso del lenguaje- de los debates librados entre aquellos hombres de la élite intelectual.
En sus textos promulgaba valores como el matrimonio, el nacionalismo y el respeto por curas y sacerdotes, que, consideraba, se veían amenazados por este nuevo acercamiento de los ciudadanos al Estado, sin mediación clerical, impulsado por la filosofía, especialmente de pensadores franceses de la ilustración como Rosseau y Voltaire. Su literatura no era solo testimonial, crítica ni de denuncia, sino de intervención.
“Su misión es combatir el liberalismo ilustrado, el marco que otorga sentido a una transformación de la sociedad que subordina la Iglesia al Estado. Y lo hace con las armas de sus adversarios: utiliza la prensa para crear opinión pública”. («Mujeres de Prensa», Luisa Borovsky, Introducción, Página 10).
Castañeda no solamente encarnaba mujeres desde su nombre y sus relatos de vida doméstica sino también desde lo que él sugería que era su estilo, la forma que tomaba la prosa inherentemente femenina. La escritura de estas mujeres ficticias era, y lo declaraban explícitamente desde sus textos, menos técnica, más pasional, que la escritura masculina.
En la escritura de Castañeda, con sus múltiples personajes que se solapan y se responden entre sí, la discusión y el desencuentro constituyen su núcleo conceptual y su razón de ser. Aunque ficcional, funciona como un documento sobre la tensión entre hombres y mujeres, la iglesia y lo laico, entre diferentes clases sociales.
Doña María Retazos tenía nombre de mujer pero no estaba orientada especialmente a ella ni tampoco escrita. Pero con sus contradicciones, con lo escandaloso y repudiable que resulta hoy en día que un cura escriba en el nombre de una ama de casa, y con lo delirante de su propuesta, la publicación fue de todas maneras uno de los primeros ejercicios conscientes de incluir voces femeninas en la prensa argentina y de integrar a las mujeres no sólo como actor sino como interlocutor necesario en el debate político.
Doña María Retazos es uno de los documentos más controversiales, polémicos y enigmáticos de lo que fue la prensa argentina del Siglo XIX y Castañeda un personaje marginal y excéntrico sobre el que no consenso claro ¿Visionario? ¿Delirante? ¿Periodista, poeta, dramaturgo o simplemente loco?
Todos los números de Doña María Retazos se encuentran digitalizados para su consulta en la web de la Biblioteca Nacional, así como otras publicaciones de De Paula Castañeda y diversos libros, novelas y artículos sobre su figura.
Fuente: Telam