Francisco Lumerman acaba de estrenar en Moscú Teatro «La vida sin ficción», obra que lo tiene en el triple rol de intérprete, autor y director y que con variadas técnicas narrativas y situaciones diversas mixturadas intenta desentrañar algo de lo que queda suspendido del espectro fantasmal del padre y nos atraviesa.
La obra, que se puede ver viernes y sábados en la sala de Juan Ramírez de Velazco 535, y donde Lumerman comparte escenario con Rosario Varela y Esteban Masturini, arranca para un lado y rápidamente tuerce hacia otros, en que los actores interpretan nuevos personajes, otros roles de otras historias, todas con cierta vinculación, unidas por el acontecimiento inenarrable de la muerte.
Lo primero que hay es una directora de documental que junto con tres amigos deciden hacer una película sobre un libro que los marcó en la adolescencia, titulado (como la obra) «La vida sin ficción», que comienza a desbarrancarse cuando uno de los amigos enfrenta una situación límite.
En este segmento de la obra hay filmaciones, proyecciones y relatos de escenas pero esto luego vira hacia otros lugares y personajes en algo que termina transformándose en uno de los «leitmotivs» de la obra: el cambio constante; de personajes, de situaciones, de escenarios, de historias.
Cambios que se realizan, por decirlo de algún modo, a los ojos del público, hecho que no conlleva novedad en sí mismo y que la dinámica de la representación aspira a imponer, al evitar todo ocultamiento, como propio del universo narrativo de la obra.
Esta trama narrativa de cambios pone en lugar principal las proyecciones, duplicaciones, ecos de ecos, en un material discursivo que surge de un libro inacabado y que a partir de allí expande su onda sonora.
El ordenador de este escenario en permanente cambio son unas cortinas sostenidas sobre una simple estructura de maderas con rueditas para desplazarse y que ofician a veces de cortinas, otras de pantalla sobre la que se proyectan imágenes y en otros casos delimitan campos e imponen el adentro y el afuera.
Tres son las historias que se cruzan de este modo y se suceden sin solución de continuidad y a modo de «cortes» y fundidos a nuevas escenas: la primera de los tres amigos, que implica también un viaje a Europa donde continúa la filmación del documental; una segunda que vincula a un joven en silla de ruedas y con ciertos desórdenes que es visitado por su hermana (actriz famosa) de la que estuvo distanciado por años.
La hermana, que es un actriz que se encuentra rodando un filme de ficción basado en el libro «La vida sin ficción», pone en juego con su hermano cuestiones vinculadas a la dinámica familiar; el padre, la madre, el deber ser, la desilusión, las fraternidades rotas.
La tercera situación narrativa es la del hijo del autor del libro, que intenta encontrar el final de una obra teatral refugiado en una cabaña junto al mar donde es asolado por el fantasma del padre y por una conserje algo revoltosa.
Sobre el final de esta situación, «La vida sin ficción», tan atravesada de inventos y trucos simples que no se ocultan ni lo intentan y que imponen permanentemente la aparición de lo lúdico, parece virar hacia la confesión biográfica, en lo que podría ser una nueva puerta que abre la obra, acaso la más convincente.
«La vida sin ficción» tiene dramaturgia y dirección general de Francisco Lumerman, también protagonista con Esteban Masturini y Rosario Varela, vestuario de Betiana Temkin; iluminación de Ricardo Sica; escenografía de Micaela Sleigh; asistencia de escenografía de Guadalupe Borrajo; dirección de actores de Jorge Eiro, movimiento de Manuel Attwell; música original de Agustín Lumerman, producción ejecutiva de Zoilo Garcés y asistencia de dirección de Manon Minetti. Se puede ver los viernes a las 21 y los sábados a las 19.30 en Moscú Teatro (Juan Ramírez de Velazco 535).
Fuente: Telam