El otoño de Tierralta no es como el de Buenos Aires: hasta las sombrillas de junco llevan ventilador. Hacen 29 grados a la sombra, atenuados por esa leve brisa que ofrecen las paletas blancas que giran sobre la silueta de Nicolasa Hernández, la mamá de Miguel Ángel Borja. “Ahora que ya le pusieron el Colibrí, ja. Eso sale ahora, ¿no?”, pregunta ella a través de la cámara de su smartphone. De fondo se suma otra voz en off: “Claro que sí: aquí también es el Colibrí. Todos nos ponemos a hacerlo cuando marca”.
Nicolasa está feliz. Mejor dicho, está “recontenta”, según sus propias palabras. “Cuando está jugando Miguel yo me quiero meter adentro del televisor”, confiesa. “Claro, me hice fanática de River. Pero porque a mí me gustan todos los equipos en los que juega él: ahí voy yo. ¿Si voy a conocer el Monumental? Si me lleva, ja…”, bromea mamá, fanática, embelesada por el presente del delantero de 29 años que nació a metros de donde ella mantiene su conversación con Olé.
“Ahora es más fácil: en Italia lo veíamos por celular, por Internet. Teníamos una tablet y por ahí nos conectábamos. Ahora tenemos la tele para verlo más fácil desde el canal pago”, relata describiendo ese ritual multitudinario que se celebra cada vez que Miguel Ángel sale al campo.
“Si no fuera por él, yo no miro fútbol. Pero cuando lo hace, estamos todos firmes. De hecho aquí lo vemos entre todos, sea miércoles, domingo o cuando toque. Nos reunimos, hacemos un brindis con la familia, los amigos, todos los que lo han visto crecer a Miguel se juntan en casa. Tenemos la TV bien grande, ja”, abre las puertas del hogar en el que su niño creció hasta convertirse en un killer internacional.
“Estamos muy orgullosos de él porque es bravo el fútbol argentino. ¡No se crea que es fácil entrar en esa cancha, eh! La gente cuando Miguel Ángel no convierte comienza a hablar, claro, ¡pero qué creen, que es tan fácil jugar ahí! Nooo….”, lo defiende como cuando lo protegía de pequeño. Ella, trabajando, vendiendo fritos en su casa o los domingos en la plaza más cercana. Él, jugando con “un balón que hacía de trapo” y con el que se divertía “hasta la nochecita, pues no me volvía hasta las siete de la noche”.
Aquellos golazos imaginarios que Miguel Ángel convertía con aquella pelota improvisada hoy los mete a cancha llena, en el Mâs Monumental, despertando alegría a larga distancia. “¡¿Cómo no me voy a poner contenta cuando hace esos goles?! El otro día marcó dos muy buenos, ¡e iba para un tercero!”, ofrece pruebas de que estuvo pendiente de cómo Borja pudo haber hecho su primer hat-trick si el toquecito que le dio al centro preciso de Palavecino acababa con destino de red.
Yo te sigo a todas partes
El festejo de Borja ante Estudiantes (Juano Tesone).
Nicolasa está contenta. Ella ha visto a su hijo en San Pablo, con Palmeiras y en Barranquilla, con Junior. También viajó a Rusia para estar presente en el Mundial 2018 y conoció la Argentina durante su período como futbolista de Olimpo. Ahora le toca hinchar desde el hemisferio Norte, aunque la tecnología le permite mantenerse conectada con Miguel Ángel. ¿Qué le cuenta? “¡Que suda bastante, ja! Dice que los entrenos son duros, que llega cansado, pero ya va dándose todo”, se sincera.
“También nos ha dicho que quiere mucho al técnico, a Gallardo. Él fue quien lo llevó a River, y Miguel lo valora porque dice las cosas como son. Nos cuenta que es excelente, que le habla mucho”, brinda detalles de esas charlas en la intimidad. Recordando en pleno contraste cómo ha cambiado la vida de su hijo, un ejemplo de resiliencia que siempre se puso como meta ser jugador de fútbol.
“Aquí en los torneos de barrio él vendía las empanadas que yo le preparaba para que almorzara. Sí, vendía su propia comida: con eso les pagaba a los árbitros para que lo dejaran jugar más… Y entonces caía en casa a eso de las siete, con el suéter sobre el hombro”, cuenta entre risas, todavía incrédula. “¿Cómo era de pequeño? “Siempre fue goleador, si cuando estaba aquí venía siempre con trofeos por los goles que marcaba en el colegio. Eso es lo que siempre le gustó”.
Por eso, recuerda Nicolasa, “él empezó a irse de casa a los diez añitos, y a los 17 logró un fichaje definitivamente”. Después de pelear por quedar en varios clubes, dio el gran salto. Y fue dando pasos para volar como un Colibrí. Uno que disfruta River. Cuyos goles se celebran en Núñez… y en Tierralta.
Fuente: Olé