«Era una fiesta y terminamos en esto. Nos duele a todos. No sé bien lo que pasó, pero lo lamentamos mucho». Hugo Ibarra dejó el estadio Juan Zerillo todavía con los ojos irritados, sin tomar real dimensión de lo que había pasado a su alrededor. No había visto las imágenes en la TV, todavía no estaba enterado de que el partido no se iba a jugar al día siguiente y mucho menos sabía con certeza de la muerte de un hincha. Pero, así y todo, la delegación xeneize percibía el horror que había vivido en carne propia y dejó el Bosque en un estado de desconcierto y preocupación absoluto. Y si pudiera, Boca sin dudas elegiría no jugar el fin de semana para poder tener tiempo suficiente para recuperarse.

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No hubo día libre ni licencia para Boca. De La Plata a la concentración en el hotel Intercontinental y este viernes por la mañana, al complejo de Casa Amarilla para entrenarse como un día cualquiera. Como un día más. Aunque no lo era: el ánimo no era el mejor, era como un día de duelo, triste, en las cabezas todavía retumbaban el estruendo de los disparos de balas de gomas y de los cartuchos de los gases lacrimógenos en los alrededores del estadio, casi detrás de los vestuarios. A poco de haber sufrido la muerte de un hincha en la ruta rumbo a Mendoza, en la previa del cruce con Quilmes por la Copa Argentina.

Y eso que a diferencia de los jugadores de Gimnasia, los de Boca no tenían familiares en las tribunas como para sumar esa terrible preocupación, como les ocurrió a Soldano, Morales y Contín, quienes temieron por la vida de sus seres queridos y saltaron a la platea y el campo desesperados en busca de los suyos. A ellos, a los xeneizes, les pasaba al revés: mensajes de su familia para preguntar cómo estaban, si estaban bien. Tanto que el club avisó por sus redes sociales: «Desde Boca Juniors informamos que tanto los jugadores como la delegación que asistió al partido frente a Gimnasia se encuentran bien».

El Negro y todo Boca salieron acongojados del estadio y sumaron preocupación a medida que se fueron enterando mejor de lo que había pasado a su alrededor. En el viaje en micro desde La Plata y ya en el hotel en el que siguieron concentrados. «No pasó algo peor de milagro, porque la gente se controló», coincidieron varios que formaron parte de la delegación xeneize. Y hubo quienes se animaron a agradecer al cielo por ese milagro que evitó que fuera como la fatídica Puerta 12 o la tragedia ocurrida días atrás en Indonesia.

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Boca viene de sufrir por los incidentes con hinchas de Quilmes en Mendoza por la Copa Argentina, por lo cual el encuentro estuvo parado por casi 20 minutos, y mucho más atrás en el tiempo, la agresión al micro de los jugadores en la previa de la final de vuelta de la Libertadores 2018 que terminó derivando en la mudanza a España. Fue distinto, sí, pero por la situación caótica en general hay cierta comparación posible.

En medio de este nuevo escenario de barbarie y tragedia, Boca debe reiniciarse, cambiar el chip, y volver a pensar en la pelota. Porque si bien la Aprevide enseguida descartó que el partido se fuera a jugar este viernes como se especulaba en un primer momento, la fecha 24 que arranca el sábado por ahora se mantiene en pie con Boca-Aldosivi en la Bombonera programado para el domingo a las 18. Ibarra lo sabe y deberá tener la frialdad necesaria para plantearlo a sus jugadores: pedir que dejen atrás lo sucedido.

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El Negro además deberá rearmar al equipo, definir si mantiene a los que estuvieron en esos nueve minutos en el Bosque o si los tres días más de descanso permitirán a Nicolás Figal y Marcos Rojo reaparecer entre los concentrados y si vuelve Pol Fernández, que paraba luego de una seguidilla de seis partidos de titular en alrededor de 20 días. Porque, volviendo a lo futbolístico y pese a que poco importe en comparación con la tragedia vivida, la realidad es que Boca se juega la punta. Y tendrá que salir a buscarla.

Fuente: Olé

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