Si algo puede salir bien, lo hacemos mal. Si un partido puede ser una fiesta para la ciudad, lo transformamos en un calvario, en un tragedia. La violencia de la violencia es un karma enquistado en la tripas en muchos de los que van a la cancha, en muchos de los que tienen que cuidar a los que van a la cancha y en muchos otros que deben organizar un evento deportivo para que la gente pueda ir a la cancha. Frases hechas, promesas de investigación profunda, lamentos generales, pero siempre la sensación de que no va a pasar nada. Más entradas que lugares habilitados en el estadio, puertas que se cierran, desborde general y la tristeza que debe invadir no solo al mundo del fútbol. Porque hay una vida menos y eso no se repara.
Las imágenes de desesperación del hincha de a pie, de ese que se subió a la ilusión del Lobo consiguiendo con esfuerzo una entrada, un policía que apunta a un camarógrafo y lo hiere con balas de goma y finalmente la tragedia de una persona fallecida por un paro cardiorespiratorio.
Desde lo deportivo, pase lo que pase con este encuentro, quedó todo desvirtuado. Porque van a quedar fechas muy seguidas, porque quizá no se juegue con público, porque tal vez se juegue sin poder respetar el orden de las fechas establecido. Porque se murió una persona… ¿Tanto se habla de cuidar al producto?. Desde temas graves, como una cancha que por el armado de un escenario tiene sombra insólita en un arco, campos de juego en pésimo estado, estar discutiendo a pocas jornadas del final cuántos descensos hay, hasta detalles menores pero que suman, como entrenadores que no dan conferencia al final de un partido, como sí lo harían en competencias internacionales.
El fútbol argentino tiene su impronta, su folclore, su color propio por más que los mejores jugadores anden por otras ligas. El atractivo que aún le queda hay que cuidarlo, protegerlo, y qué bueno sería empezando a proteger a la gente y a encontrar realmente a los responsables de semejante papelón.
Fuente: Olé