En una ciudad fría y alejada en la que todo es nieve y heladas, la española Laura Fernández ambientó su novela «La señora Potter no es exactamente Santa Claus», una historia que se ramifica en montones de personajes y de tramas conectadas por ese desapacible pueblo, donde la autora da rienda suelta a una imaginación del orden del absurdo, que también indaga sobre el sentido de la existencia o la creación.
«No entiendo que pudiendo crear el mecanismo de la novela intentemos todo el rato imitar la realidad que es inimitable ¿por qué no abrir la puerta a todo?», dice la autora en una entrevista con Télam.
Laura Fernández (1981) nació en Terrassa, una ciudad industrial de España a la que tilda de «muy fea» y ahora vive en un pequeño pueblo cerca de la costa llamado Montgat, en Barcelona, en una calle pequeñita donde conoce a todos sus vecinos, aunque nadie sabe que es escritora y que le va bien con lo que hace. Su última novela «La señora Potter no es exactamente Santa Claus» (Penguin Random House) recibió varios galardones y muy buenas críticas, como la de Mariana Enriquez, que la definió como su «libro favorito». Quizá en ese pueblo catalán en el que se instaló con su marido y sus dos hijos nadie sepa tampoco que es periodista, crítica literaria y, sobre todo, lectora. «Los muy lectores formamos una especie aparte. Vivimos con referentes que no tienen nada que ver con nuestros contextos concretos», sostiene.
Su último libro es un novelón de 600 páginas escrito con un pluma ingeniosa y vertiginosa, y es también una trama repleta de referencias, una meta lectura en la que habitan personajes cuyos nombres eligió azarosamente de otras ficciones. Además de lectores, hay protagonistas que son escritores y tienen distintas relaciones con su literatura y el entorno, un variopinto de perfiles, como todo esos a los que entrevistó a lo largo de su carrera como periodista y todos esos otros que están dentro de ella. «La cantidad de espejos de otras lecturas que hay dentro del libro es infinita», cuenta en una entrevista con Télam, en el marco de su visita al país para participar del Festival de Literatura Filba.
Leer a Laura Fernández, como dijo Lucía Lijtmaer, es atravesar el espejo de Alicia. «Es cruzar el espejo un ratito y luego vuelves» refuerza la propia Fernández, para quien las novelas «son como diminutos y no domesticados conejos de chistera». Para ella, la ficción es un terreno profuso de imaginación que surge cuando se abre la realidad y se abre a la posibilidad de que ocurra cualquiera cosa, a tal punto que no hay brújula y un personaje puede aparecer hacia el final del texto, como si estuviera esperándola en esa página desde siempre sin que ella lo supiera: «Nunca sé a dónde va la novela, no tengo plan, voy haciendo sin marcha». Un poco como la vida, porque para Fernández «cada uno de nosotros es una novela en marcha» y «todo el rato nos estamos escribiendo nuestra propia historia sin parar».
El eje de «La señora Potter no es exactamente Santa Claus» gravita en la fría, «desapacible» y helada ciudad llamada Kimberly Clark Weymouth, que la escritora Louise Cassidy Feldman catapulta a la fama cuando escribe -precisamente- «La señora Potter no es exactamente Santa Claus», su única novela infantil y la más famosa de sus obras, donde la señora Potter concede deseos. La ciudad tiene una tienda de souvenirs abierta todo el año para quienes van de turismo al pueblo en busca de las huellas que inspiraron la obra de Cassidy Feldman, que su propia autora detesta, porque como muestra Fernández, muchas veces la obra maestra puede ser un monstruo, que se come a la persona que la crea.
Desde esa historia envuelta en un tono del absurdo, con lectoras y lectores que peregrinan a esa ciudad blanca y ventosa, brotan distintos personajes que se conectan como chispazos por ese escenario, como el heredero y propietario de la tienda de souvenirs, que maldice el hechizo que esa famosa novela largó sobre esa ciudad desapacible y los ridículos objetos que vende, hasta un pareja de escritores, un agente inmobiliario, habitantes que se creen detectives o niños gramatólogos.
En su narrativa, Fernández hace estallar cualquier tipo de formalidad. Hay cursivas, mayúsculas, paréntesis, pliegues no gramaticales, nombres de personajes que cambian o guiños al estilo del lenguaje de las traducciones. «Ya me gané ese espacio. Nada de lo que hay en el texto es negociable, ni las mayúsculas, ni la cursiva. Para mi, la escritura es muy lúdica y es como otro mundo literal, lo tengo todo en mi cabeza loca y me la paso muy bien. Tengo la sensación de que desaparezco dentro de allí, como cuando leemos algo que nos gusta mucho y todo alrededor desaparece», dice.
-Télam: Hay en la novela una reivindicación de lo absurdo y una mirada no adulto céntrica que recupera lo lúdico de la infancia porque en este pueblo la fantasía es un registro cotidiano entre sus habitantes ¿cómo lo pensas?
-Laura Fernández: Todos los protagonistas son como niños grandes, quizá todos somos niños por dentro y en esta novela van por fuera todo el rato. Y por eso son mucho más vulnerables y mucho más fuertes porque hay como una tristeza sabia de los personajes. Yo no entiendo el cinismo, solo entiendo la inocencia como manera de acercarse al mundo y de vivir, porque cada día es un regalo, mientras nada te duela y estés bien. Mis personajes viven en un presente continuo como cuando éramos niños. Y la reivindicación de que el mundo puede ser lo que queramos que sea. Todos tienen su propio mundo y luego está el mundo que se les impone y está el personaje del pueblo Kimberly Clark, que es el peor en ese sentido porque se le ha impuesto un relato desde un libro que se ha convertido en un clásico, entonces ella como ciudad no quiere ser eso. Como decía Thomas Pynchon, “todos somos una sala llena de gente” y estaría bien que nos empezáramos a conocer toda esa gente que llevamos dentro. Al final, la persona que eres, el núcleo duro de lo que eres, estaba cuando eras niña y con los años a partir de la adolescencia has ido añadiendo una serie de capas que te han ocultado muchísimo.
-T: ¿Y la imaginación?
-L.F: Nada en el libro existe en el mundo real, es un libro totalmente escapista y sin embargo casi todos los nombres de los personajes provienen de otros libros. Es un libro hecho de ficciones y para muchos lectores se acaban convirtiendo en un juego extra de la novela ir encontrando dónde están los personajes en otros libros. Entonces es una intención de recuperar también el placer lector: el hecho de que nada exista hace que cada lector cree por sí mismo, como cuando éramos niños y entrábamos en una fábula sin saber cómo era el mundo, sin tener control sobre él, creando algo único.
-T: En ese sentido, es un libro que celebra la invención.
-L.F: No elegimos dónde nacemos, nuestro contexto histórico social, no elegimos nada y por eso no entiendo que pudiendo crear el mecanismo de la novela, que es algo fantástico, intentemos todo el rato imitar la realidad que es inimitable por otro lado. O sea la realidad siempre va a ser superior pero, a la vez, la vida imaginada siempre va a ser superior a lo real ¿por qué no abrir la puerta a todo en general, no?
-T: Contás que esta novela surgió luego de una visita a un pueblo noruego donde supuestamente veraneaba Santa Claus ¿cómo nace una historia?
-L.F: Tengo la sensación de que mis historias surgen de lugares donde la ficción y la realidad, también como si fuera una niña, se cruzan. O, de alguna forma, la realidad quiere creer que la ficción existe. En ese pueblo noruego, la casa de Santa Claus era una tienda de souvenirs navideños abierta todo el año y pensé en esa idea de la felicidad perpetua imposible, que la realidad siempre invade esa felicidad perpetua que te genera o intenta generar la ficción.
-T: Como le ocurre a Cassidy Feldman ¿las obras maestras pueden ser una condena?
-L.F: ¿El Cervantes es el Quijote? ¿J.J.K Rowling solo va a ser Harry Potter por el resto de su vida? Hay otros escritores que son más importantes que sus obras, como Stephen King, que sus novelas son solo estadios en el camino. Me gusta la idea de que tú quieres seguir creando y seguir escribiendo y hay una novela que te detiene y te dice: ya has hecho todo de tu vida, ya puedes morirte mañana. Es como jugar a ver todas las posibilidades que tiene tu vida como escritor. Esa imagen de alguien que se lanza como salvavidas en un mar negro en el que no ve nada y va de uno a otro lado y las palabras solo salvan vidas. Es como psicoanálisis todo el rato.
Sí, una obra maestra es una maldición para el escritor porque superar tu momento de gloria requiere mucho trabajo. Mucho en este libro está relacionado con la maternidad y la creación es una forma de maternidad: toda maternidad te oculta y Cassidy Feldman no acepta que la oculten.
-Todo creación no siempre es algo luminoso…
-L.F: La creación puede ser algo que te condene… porque al final es el pueblo el que está condenado por el relato que se hace de sí mismo. Y es algo que me a mí me ha enseñado la propia escritura de la novela, que puede haber una condena en el relato más que en la creación, es decir, en el relato que se construye sobre algo. La novela es una lucha contra el pensamiento único del relato contra la idea de que el relato es inamovible que no se puede cambiar. Es una novela a favor del cambio o contra el miedo a la idea del cambio. Porque nadie quiere cambiar, tiene miedo a que los demás los juzguen en función del relato que ha hecho sobre ti.
Fuente: Telam