¿Cómo era ser niño en el siglo XIX? fue el interrogante que puso en marcha las investigaciones que dieron forma a «Infancia(s)», flamante exhibición conjunta del Museo Pueyrredón y del Museo Beccar Varela, ambos en San Isidro, y que se suman a una tendencia en el último tiempo de colocar el foco desde el arte en este período en particular de la vida humana, en línea con otras muestras recientes consagradas a los más populares juegos de mesa, a los juguetes antiguos como metáforas de la historia del país o incluso con montajes pensados desde la mirada de los pequeños.
La palabra ‘infancia’ viene del latín ‘infans’ que significa ‘el que no habla’ o la ‘incapacidad de hablar’, de allí que resulte lógico que sean los adultos quienes intentan narrar ese momento vital y complejo del crecimiento de todo ser humano. ¿A qué jugaban? ¿Cómo pasaban el tiempo? ¿Qué soñaban? ¿Qué obligaciones tenían? Las preguntas son muchas y las respuestas encuentran diferentes sentidos según la época.
En el bellísimo Museo Pueyrredón -paseo ineludible de visita en San Isidro- se puede ver un atípica pintura de Cándido López -mucho más conocido por sus esmeradas batallas de la Guerra de la Triple Alianza- de un pequeño de delantal azul y enaguas blancas, un ramito de flores en la mano, mirada seria, posando junto a un árbol. Casi ninguno de los niños y niñas sonríen en estas obras que exhibe el museo, una veintena de pinturas y cerca de 70 fotografías que intentan narrar la niñez en el siglo XIX.
«La infancia hoy es un tema candente. Hay una obsesión con los niños y niñas que nos hace pensar una genealogía y nos obliga a problematizar el tema en el siglo XIX, que es el eje de este museo», cuenta a Télam Eleonora Jaureguiberry, curadora de la muestra, responsable del Museo Pueyrredón y secretaria de Cultura de San Isidro, durante una recorrida por la exposición en la antigua chacra que perteneció al intelectual Juan Martín de Pueyrredón (1776-1850), padre de Prilidiano y aliado de San Martín en el cruce de los Andes.
Hay sorpresa, belleza y terror en la experiencia de ser niño. «Hay muchas situaciones que cambiaron respecto de la mirada actual, pero también hay permanencias, como las aspiraciones y expectativas que los adultos depositamos en nuestros hijos», añade Jaureguiberry sobre el itinerario por tres salas del lugar, rodeada de verde y con vista al río.
En el recorrido se suceden pinturas, ambrotipos, daguerrotipos y fotografías donde los niños son los protagonistas, pero eran las familias burguesas las que se podían dar el lujo de retratarlos en una pintura, como las que aparecen de notables pintores del siglo XIX, como Cándido López, Ángel della Valle, Prilidiano Pueyrredón, Gaetano Gallino, Benjamín Franklin Rawson, Fernando García del Molino, Juan León Pallière o Henri Gavier, en su inmensa mayoría de colecciones privadas. Es lógico que no haya aquí retratos de expósitos, esclavos, ilegítimos, libertos o huérfanos -algo que la historia no reservó para ellos- y es por eso que esas palabras -en carteles de gran tamaño- aparecen mencionadas en una de las vitrinas de la muestra.
Por otra parte, en los retratos de los menores de las familias aristocráticas no es casual los elementos que suelen llevar en la mano, como parte de la obra: una muñeca en el caso de las niñas, un sable o espada, en el de los niños, que «tiene que ver también con una sociedad que los espera y los está moldeando para que cumplan determinado papel», explica la curadora.
Se pueden ver niños y niñas jugando, posando para la imagen, pero en distintos contextos que hablan del origen social, del entramado familiar, de la ascendencia étnica y del género como factores determinantes de los modos en que habitaban la infancia.
Basada principalmente en lo iconográfico, la iniciativa contempla los cambios producidos a fin de ese siglo con la llegada masiva de inmigrantes, el fortalecimiento del Estado nacional, la educación obligatoria, el avance higienista y la irrupción de la figura del niño como sujeto de derechos.
«Estas representaciones estaban acotadas a las familias burguesas. La vida del resto de los niños era muy distinta ya que se incorporaban al trabajo desde los siete años. Por otro lado, los niños libertos eran obligados a trabajar para pagar su subsistencia desde que podían ponerse en pie y la mitad de los niños entregados a Casas de Expósitos moría antes de cumplir un año», detalla Jaureguiberry. En ese siglo en la Argentina, los niños expósitos representaban más del 40 por ciento y la mayoría de los argentinos (antes de 1880) no sabía leer.
Antes de que la escuela obligatoria retire a los niños del mundo de los adultos, los pequeños de siete años en adelante se incorporaban al trabajo -se explica en el catálogo de la exposición-: cuidaban a los animales, buscaban leña, participaban en la cosecha en las ciudades, mientras que en zonas urbanas hacían recados, eran canillitas, lustraban zapatos, trabajaban en talleres, hilaban y cosían. «No hay que mirarlo anacrónicamente. Era un modo de entrar a la sociedad, de aprender un oficio y de ayudar a la economía familiar», acota la curadora.
En consonancia con este recorrido, el Museo Beccar Varela aborda el tema de la educación en el siglo XIX a partir de dos personajes que vivieron en esa casa y fueron protagonistas de la construcción de las infancias en San Isidro y también en la Argentina: Mariquita Sánchez de Thompson y Cosme Beccar.
Así, en una sala el público encontrará distintos testimonios y frases de Mariquita (cada alumno llevaba una silla de paja desde su casa, escribían sobre una mesa muy tosca, primero los varones y luego las mujeres) sobre cómo era educarse antes de la Ley 1420 de Educación Común, Gratuita y Obligatoria (promulgada en 1884). En la otra sala, se ve la recreación de un aula posterior a esa ley con sus bancos, material didáctico y de apoyo escolar, pizarrón de clase, pizarras y otros objetos propios de la educación formal.
Las muestras, con diseño y montaje a cargo de Patricio López Méndez y producción de Cecilia Lebrero se pueden visitar hasta el 11 de diciembre en el Museo Pueyrredón (Rivera Indarte 48, Acassuso) y en el Museo Beccar Varela (Adrián Beccar Varela 774, San Isidro), con entrada gratis.
Una pregunta que es tendencia
Es lógico, a raíz de esta exposición, rastrear en otras muestras que también, desde diferentes aristas, han problematizado en el tema de las infancias y el arte, como «Escala 1.43. Juguetes, historia y cultural material», que se puede visitar hasta el 6 de noviembre en el Parque de la Memoria, con entrada libre y gratuita.
¿Qué dicen los juegos, juguetes y artefactos lúdicos de cada época de la Argentina? es el interrogante que organiza el recorrido y que propone un diálogo entre la historia política de Argentina y una selección de juguetes producidos o comercializados en el país.
Curada por Jordana Blejmar, Natalia Fortuny y Martín Legón, la exhibición -lejos de la nostalgia- es el resultado de una investigación de largo aliento en la que los juguetes son analizados como parte fundamental del patrimonio cultural: son documentos históricos, íconos de época o dispositivos de ficción. Así, mientras que en el peronismo se popularizaron los bloques de construcción, en coincidencia con el auge de la industria local y como metáfora de la «construcción del país», durante la dictadura, la violencia política, se traslada a los juegos de mesa de guerra y a los muñecos que evocan lo traumático y lo siniestro. Los Falcon verde sin patente también eran un juguete en miniatura que se vendía en jugueterías. «La muestra da cuenta de la infancia también como sujeto político. En las estampillas que Evita mandaba por correo con estos juguetes se puede leer ‘Para mis pequeños descamisaditos'», contaba el curador Martín Legón.
A principios de este año, en el barrio de La Boca, cerraba sus puertas la exposición «Arte en juego» en Fundación Proa, una mirada a la presencia de lo lúdico en el arte argentino, desde las rayuelas coloridas de Marta Minujín hasta «Juanito jugando a la bolita» de Antonio Berni y de los juegos inventados por Xul Solar a la maqueta «Italpark» de Dino Bruzzone.
Curada por Rodrigo Alosno, la muestra que se vio entre diciembre de 2021 y abril de 2022 puso de manifiesto la importancia de los juguetes, juegos, deportes y propuestas participativas en la inspiración y el imaginario de los artistas argentinos.
El recorrido comenzaba con una obra creada especialmente por Daniel Joglar a partir del vasto mundo de los juguetes de la infancia: los juegos de mesa más populares de Argentina, como el ajedrez, el Ludo Matic, cartas de truco, de poker, del Uno, dardos para tiro al blanco, el backgammon, Scrabble, el dominó, Tatetí, El Estanciero y diversos rompecabezas empapelaron las paredes de la primera sala de Proa, a modo de recibimiento.
Finalmente, hasta mayo pasado se pudo visitar en el Museo de la Cárcova la exposición «¡Buen día, te amo!», inspirada y dedicada a las infancias, cuyas obras estuvieron especialmente montadas para el disfrute de los más pequeños, con curaduría de Claudia Del Río. Una invitación a mirar el patrimonio nacional desde la frescura de las infancias, a su altura, y con un saludo afectuoso que dio titulo a la muestra.
Fuente: Telam